La esquizofrenia es una enfermedad mental compleja y crónica que afecta a casi el 1% de la población. La visión derrotista de este trastorno no es cierta, al menos no en todos los casos. Existe un margen mucho más amplio de lo que se pensaba para la prevención e, incluso, está demostrado que, cuando ya se ha desarrollado, actuar cuanto antes mejora de manera muy significativa el pronóstico no solo en lo que se refiere a los síntomas psicóticos, sino también en cuanto a aspectos sociales fundamentales como la integración laboral.
Las manifestaciones de la esquizofrenia se suelen dividir en dos grupos: síntomas positivos y síntomas negativos. Los primeros son los denominados psicóticos, es decir, que suponen una distorsión de la realidad, y pueden ser de tres tipos: delirios (creencias falsas, como sentirse perseguido), alucinaciones (oír voces o ver imágenes sin que exista un estímulo real) y desorganización de la conducta. Los síntomas negativos aluden a la pérdida de capacidades o características previamente adquiridas: falta de motivación, imposibilidad para sentir o experimentar emociones, dificultades para disfrutar de las cosas, disminución de la expresión verbal…
Se calcula que en España hay en torno a 400.000 personas con esquizofrenia, buena parte de las cuales tienen familiares cercanos que también la sufren. Sin embargo, a pesar de que tiene un claro componente genético, no se considera una patología genética en sentido estricto porque no depende de la mutación de un único gen. Además, en su desarrollo influyen también otros factores que sí son modificables.
Factores que aumentan el riesgo de esquizofrenia
El principal factor de riesgo de la esquizofrenia está escrito en los genes. Así lo reconoce Celso Arango, director del Instituto de Psiquiatría y Salud Mental del Hospital Gregorio Marañón, de Madrid, en declaraciones a CuídatePlus: “Es una enfermedad muy heredable, ya que la genética explica hasta un 60-70% de todos los casos”.
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