La soledad, el aislamiento y el duelo por la pérdida de un ser querido son factores determinantes para que aparezca la depresión en las personas mayores, en quienes las consecuencias pueden ser tan graves que les lleven a la muerte. Su entorno y la familia deben estar ojo avizor pues es la etapa de la vida donde menos se verbaliza y menos ayuda se pide. También mantener un contacto estrecho y buscar su implicación en la vida familiar. A partir de los 65 años debemos seguir haciendo actividades en grupo, ejercicio físico y ejercitar la mente. Las ideas de culpa, ruina personal y muerte son señales habituales de la enfermedad en esta franja de edad.
La depresión puede afectar a personas de todas las edades, de todas las profesiones y en todos los países. Pero con los datos a la vista, se puede afirmar que aumenta con la edad. Sin embargo, no es una parte normal del envejecimiento, es una enfermedad que provoca un elevado impacto en la calidad de vida, que puede dar lugar a síntomas cognitivos y a la complicación más grave, que es el suicidio.
“Si no reciben ayuda, las consecuencias son tan graves que pueden llevar a un empeoramiento físico tan importante que la persona fallezca”, advierte Raúl Vaca, psicogerontólogo y vocal de la Junta Directiva de la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología (SEGG). Afortunadamente, esto sucede en los casos más graves, pero es un hecho que una de las dificultades es que se produce una retroalimentación entre la depresión y otras enfermedades que pueda padecer el paciente: “La depresión tiene efectos en el día a día; estas personas, cuyo estado de salud es más frágil, pueden dejar de alimentarse bien, de hacer sus rutinas o de ejercitar su mente, lo que puede exacerbar una enfermedad o precipitar otras, como la demencia”.
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