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En el año 2000 el profesor Francisco Martínez Mojica y su equipo demostraban al mundo que muchas bacterias desarrollaban un sistema propio de defensa que denominaron CRISPR y que como tal podía aplicarse como herramienta y transferirlas a organismos vivos. Ese descubrimiento revolucionó a la comunidad científica que a partir de ahí desarrolló numerosas investigaciones que llevaron, por ejemplo, a dos biólogas a conseguir el premio Princesa de Asturias de Investigación Científica y Técnica el pasado año.
Ahora, los trabajos de Mojica han subido un peldaño más con un nuevo descubrimiento que ayer publicó la revista Nature Microbiology. Este paso adelante consiste en que no solo hay bacterias que no desarrollan el sistema de defensa CRISPR-Cas que les permite defenderse frente a virus que las infectan y destruirlos, «algo que ya sabíamos», apunta el profesor titular del departamento de Fisiología, Genética y Microbiología de la Universidad de Alicante, sino que muchas tienen un mecanismo activo para evitar tener ese sistema inmune, es decir, para impedir que se instale.
«Eso es algo que no sabíamos, algo inesperado», afirma Mojica, dado que parece que «el beneficio de contar con sistemas CRISPR-Cas parecía evidente». De esta manera, para muchas bacterias es contraproducente desarrollar esa barrera ya que si no la tienen, pueden recibir material genético procedente de virus que incrementan sus posibilidades de supervivencia en el organismo al que infectan. «Es decir, que las bacterias que tienen el sistema para evitar adquirir el CRISPR serían más patógenas, mucho más malas», explica el investigador. «Esto se traduce en que estas bacterias están más preparadas y se pueden hacer resistentes a antibióticos, porque se puede hacer resistente a ellos adquiriendo el material genético de otra bactería que sí lo es. Si cuenta con la barrera protectora no puede asimilar esa información y su resistencia disminuye por lo que es más fácil de destruir».
Y es que las bacterias patógenas, las dañinas, las que producen enfermedades, necesitan información de otras bacterias para poder seguir siéndolo y ser más eficaces en el daño que producen. «Lo que era inesperado es que algunas de las bacterias que no tienen el sistema inmune, desarrollan un mecanismo específico dirigido a evitar que ese sistema inmune entre, se protegen de él».
Exponerse para evolucionar
Esto que podía ser paradójico, no lo es, asegura el profesor, ya que para esas bacterias esa protección se convierte en contraproducente. «Con el sistema CRISPR-Cas se protegen de los virus y de la entrada de información genética, de ADN», por lo que tendrían menos capacidad para adquirir resistencia a los antibióticos u otra información. «Sería más fácil de destruir una bacteria si tiene el sistema inmune», por lo que «puede entenderse como una estrategia para aumentar la propia patogenicidad bacteriana, ya que le interesa más no tener esa barrera y que entre información para seguir evolucionando».
El descubrimiento del sistema de inmunidad bacteriana del profesor Mojica y su equipo ha permitido el desarrollo de herramientas de biología molecular, la tecnología CRISPR, «que han supuesto una verdadera revolución en biología y biomedicina; el estudio de estos sistemas en sus hospedadores naturales, las bacterias, no deja de sorprendernos y proporcionar nuevas vías para el control de las poblaciones de microorganismos y la lucha contra enfermedades».
Para este científico, defensor a ultranza de la investigación básica, este descubrimiento «es un ejemplo más de la caracterización del conocimiento de cómo funcionan estos sistemas y para que los necesitan. Lo que llama la atención no es la comprensión de cómo funcionan en las bacterias estos sistemas sino su aplicación para curar enfermedades».