FUENTE: La Razón
La morfina es un opiáceo que se utiliza como analgésico para aliviar fuertes dolores, algunos provocados por el cáncer u otros más duraderos como puede ser un lumbago. Sin embargo, uno de sus efectos secundarios lo ha convertido en una potente droga que, sólo en Estados Unidos mata cada año a 30.000 personas. Pasarse con la dosis de éste u otros opiáceos produce depresión respiratoria. Es decir, la sangre y los tejidos no reciben el oxígeno suficiente. El cerebro deja de mandar la indicación al músculo del pulmón de que ventile y se produce una parada cardiaca. Este problema, sumado a la importante adicción que puede crear, ha marcado el trabajo de un grupo de investigadores de la Escuela de Medicina de la Universidad de Stanford que, apoyados, por el Instituto de Salud Mental de Estados Unidos, ha dado con una molécula con los mismos efectos calmantes que los opiáceos hasta ahora conocidos, pero sin los desastrosos efectos adversos de éstos. Su nombre, por ahora, es PCM21, aunque como apuntan a LA RAZÓN desde la universidad, es muy probable que, si tiene éxito en sus fases clínicas, cambie por un apelativo más comercial.
La labor para localizar esta nueva molécula no ha sido fácil. «Este prometedor fármaco se ha conseguido identificar gracias al cruce de datos de entre diferentes disciplinas. Se ha hecho un triaje de moléculas en bases de datos informatizadas, al mismo tiempo que los expertos en Farmacia, con su intuición, han ido probando cada una de las candidatas», afirma Brian Kobilka, profesor de Fisiología Molecular y Celular de la universidad norteamericana y uno de los principales impulsores del estudio. Y es que esta ardua labor, en la que también han participado científicos de otros tres centros del país, ha dado como resultado una primera prueba positiva en ratones, como relatan los autores en la revista «Nature». Esta nueva «fórmula» «es menos adictiva que la morfina u otras drogas relacionadas», añaden lo autores. «El opio y sus derivados son, seguramente, las drogas más antiguas que se han utilizado en Medicina, incluso antes de que existieran registros escritos», añade otro de los autores, Aashish Manglik. En el siglo XIX ya se utilizaba.
El problema es que no se puede medir el dolor como se determina la cantidad de vitaminas que tiene nuestro cuerpo, a través de unos sencillos análisis. El dolor es una sensación, una indicación de nuestro cerebro, por eso es tan difícil de determinar. Es por ello que, a lo largo de los años, las prescripciones de estos analgésicos no han dejado de crecer. Especialmente en Estados Unidos. «Allí lo que funciona es la medicina privada y, por eso, pagar por una receta no es tan difícil», afirma Francisco Pascual, médico y presidente de Socidrogalcohol. Es por ello que en este país se invierten muchos recursos para dar con un sustitutivo que calme, pero que no enganche.
A la morfina se deben sumar otros opiáceos de moda como la codeína, la oxicodina o el fentanilo, así como otras drogas ilegales como la heroína, que también es de la misma familia. En España, el fentanilo es el compuesto que más preocupa a los médicos. «Su consumo está aumentando mucho gracias, en parte, a su forma de administrarlo. Ya se han creado hasta productos con forma de chupa chups. Y eso no hace más que producir más adicción», añade Pascual.
Para dar con el PCM21, los investigadores tuvieron que centrarse en uno de los receptores que contiene la morfina y que elimina el dolor y ésta les fue guiando hacia las características que debían hallar para que el fármaco no perdiera su esencia: terminar con el dolor. «Si éramos capaces de reproducir los beneficios de la morfina, eso significaba que también seríamos capaces de separarlos de sus efectos adversos», añade Manglik. De esta forma, tuvieron que realizar un «screening» de unos tres millones de compuestos, para reducir los posibles candidatos a «sólo» 2.500 que, según la simulación por ordenador que realizaron, serían capaces de agarrarse al receptor mu –el responsable del efecto calmante–. De ahí, la criba fue siendo más exhaustiva hasta quedarse con los siete más prometedores. Al final, su reformulación en el laboratorio fue la que descubrió la molécula PCM21 que, además, también era capaz de prevenir la actividad de otro receptor, el kappa, responsable de las alucinaciones que pueden crear los opiáceos. Fue el último paso previo a testarlo en ratones en los que determinaron que su efecto analgésico era «más potente que la propia morfina», sostienen los autores.
Aunque este es un primer paso y, como recalcan desde Stanford, aún queda probar sus efectos en otros animales y, si todo va bien, en humanos, sus resultados son muy prometedores. Por ello, una empresa de biotecnología, Epiodyne, ya se ha interesado por esta nueva molécula y está negociando con los autores su colaboración para seguir desarrollándola y convertirla en un fármaco revolucionario.