FUENTE: El País
Personalización es la palabra clave en los desarrollos de nuevas medicaciones. Se trata de afinar lo más posible en el tratamiento en función de las características del paciente: sus genes, las mutaciones que presenta, la ruta metabólica implicada. La oncología es quizá el mejor ejemplo, apunta Miguel Ángel Calleja, presidente de la Sociedad Española de Farmacia Hospitalaria. En 2007 llegó el trastuzumab, el primer tratamiento dirigido para tratar el cáncer de mama que tiene sobre expresada la proteína HER2. Luego han venido decenas orientadas a otras proteínas.
En 1976 el panorama era muy diferente. O quizá no tanto. Una de las primeras noticias sobre salud que publicó el recién nacido diario EL PAÍS se refería a la búsqueda de radioterapias menos agresivas. Y, otra, a la queja de pacientes a los que no llegaba un anticancerígeno ya aprobado en Estados Unidos. Dos historias que podrían ser de hoy.
MOLÉCULAS COMPLEJAS.
El trastuzumab tenía una característica que comparte otra de las grandes novedades en cáncer y enfermedades inflamatorias: un proceso de síntesis especial. Estas nuevas moléculas son muy grandes y complejas. A diferencia de los medicamentos tradicionales, no se pueden fabricar uniendo átomos o grupos de átomos en un tubo de ensayo. Pero, como son proteínas, se puede confiar su elaboración a bacterias o células. Para ello basta introducir en su ADN las instrucciones con la secuencia de la molécula que se quiere fabricar. Por ejemplo, el trastuzumab y el nivolumab (2015), el primero de los medicamentos para la inmunoterapia, se fabrican en células de ovario de roedores.
Estos medicamentos biológicos son la última novedad, indica Calleja, aunque ya había algunos. La insulina y la penicilina, por ejemplo, se sintetizaban en cultivos de bacterias y de hongos, respectivamente. Pero la última hornada de fármacos biológicos “es más compleja”, señala el especialista. Aunque llamarlos última hornada es un poco exagerado. Ya han pasado 10 años de la comercialización de los primeros, y lo último son sus versiones, también obtenidas en cultivos. Se llaman biosimilares. A diferencia de los genéricos, es imposible que sean idénticos, porque al crearse en medios vivos sufren peque- ñas mutaciones. Por eso no se les pide que tengan exactamente la misma fórmula, sino el mismo efecto.
EL DETONANTE.
Pero no son solo estas las novedades en farmacología. El mundo de los antivirales ha vivido su propia evolución. El VIH fue el detonante. La infección apareció en 1980, y hasta 1996 no hubo manera de controlarla. Solo la combinación de varios medicamentos que alteraban fases sucesivas de su desarrollo ha conseguido que se pueda cronificar. Este abordaje abrió el camino para otra importante infección viral: la de la hepatitis C. En este caso basta con combinar dos fármacos y se consigue su eliminación. Como explica el especialista Juan Turnes, del hospital universitario de Pontevedra, ello se debe a que este virus se reproduce dentro de las células del hígado, pero no integra sus genes en el núcleo de la célula que infecta. Ha sido el último hito en avances médicos (es de 2015), y consigue curaciones de más del 95%.
Estas novedades son muy importantes, pero su uso hospitalario no les da la notoriedad de otros grandes superventas de la farmacología de los últimos 40 años. Por ejemplo, el Prozac (1987), que supuso un cambio radical en el tratamiento de la depresión. Su impacto lo ha llevado a formar parte de la cultura popular, con libros y películas. Un año después llegó otro tratamiento revolucionario. Si sobre el Prozac se ha criticado su abuso para tratar a personas que no estaban realmente enfermas –nunca hay unanimidad sobre el manejo de las enfermedades mentales–, nadie ha discutido la utilidad de la Viagra (1988). Su éxito para tratar la impotencia masculina fue tan grande que los laboratorios intentaron repetirlo buscando una alternativa para mujeres. Pero la mal llamada Viagra femenina (2015) no ha cumplido las expectativas. A diferencia del medicamento para hombres, su efecto no es inmediato. Y es que el proceso que busca activar es mucho más complicado. Se trata, en verdad, de estimular el cerebro para que la mujer esté más animada y tenga más ganas de sexo, mientras que en la versión masculina es una pura bomba que ayuda a la erección.
VACUNAS.
También estas últimas cuatro décadas han sido prolijas en el mundo de las vacunas. Las fundamentales infantiles se habían descubierto antes (polio, sarampión, paperas), pero en 2007 la del papiloma humano fue también objeto de debate (y lo sigue siendo). Protege contra un virus que puede producir cáncer de cuello de útero, de ano, de boca y de pene. Pero solo cubre algunas cepas, y a un precio elevado. Los problemas con algunos efectos relacionados como los desmayos de niñas (hubo varias en Valencia, y solo en Carmen de Bolívar, Colombia, se han relacionado más de 500, aunque hay dudas sobre la causalidad) tampoco han ayudado. Lo mismo que sucedió en 2009 con la vacuna contra la gripe A (que se sigue administrando dentro del lote vacunal de cada invierno). Pese a los recelos contra las vacunas, a estas hay que atribuirle un gran éxito, del que no pudo informar EL PAÍS porque sucedió en 1975, un año antes de que apareciera el periódico: la erradicación de la viruela. Pero hay otro que está a punto de suceder: la desaparición de la polio.