FUENTE: Cinco Días
A Josefa Jiménez le diagnosticaron retinosis pigmentaria a los 12 años. Se trata de una enfermedad hereditaria que degenera progresivamente la retina hasta llegar a la ceguera. En el caso de Jiménez, la luz dejó de ser apreciable para ella hace 30 años. Hasta que en abril de 2015 se sometió a una operación que le ha devuelto parcialmente la vista a sus 63 años. “El momento de ver la claridad otra vez fue maravilloso”, recuerda todavía emocionada. Fue una de las primeras españolas a las que se les ha implantado un ojo biónico, la tecnología que está llamada a curar la ceguera. Un año y ocho meses después, su vida ha cambiado completamente.
“Por el momento, esta cirugía está solo indicada en pacientes ciegos afectados por retinosis pigmentaria con medios transparentes y buen estado del nervio óptico”, explica el doctor Juan Manuel Laborda, director médico del Hospital La Arruzafa de Córdoba. Él fue quien dirigió las cinco horas de operación necesarias para implantar un pequeño chip con 60 electrodos, cables y antena en la mácula (una parte de la retina) de Jiménez.
Ese chip es la parte interna del dispositivo. La externa está compuesta por unas gafas especiales con una videocámara instalada en la montura, un procesador y una antena. La imagen registrada por la videocámara es procesada por el pequeño ordenador, que envía la señal a la antena interna. “Los impulsos eléctricos terminan en el implante macular, activando las fibras nerviosas de la mácula por el nervio óptico hasta el cerebro del paciente, transformándose en imágenes”, ilustra Laborda.
El resultado dista todavía de ser comparable a recuperar la vista, pero es notable. “Veo la claridad en la calle y en las habitaciones. Detecto formas y brillos. Llevo una vida normal. Ya no tropiezo por la calle: puedo caminar y soy capaz de poner y recoger la mesa”, dice Jiménez, que lleva nueve años jubilada tras una vida vendiendo cupones de la ONCE. “La paciente tiene visión artificial y ve una pantalla de 20 grados, en blanco y negro. Distingue bultos, puertas, objetos, contrastes. No puede definir caras ni nada con precisión”, matiza Laborda.
El manejo de su nuevo ojo biónico no ha sido automático. Requiere de cierto entrenamiento. “Cuesta un poquito adaptarse. Hace falta muchísimo esfuerzo e ilusión para manejarse bien. Pero se consigue”, comenta Jiménez. Según explica, debe buscar lo que quiere mirar apuntando directamente al lugar u objeto con la cámara, situada en el centro de la montura de la gafa. “Tengo que hacer un movimiento específico para que el sistema reconozca las casas. Entonces se iluminan”, señala. “Al principio me agotaba muy rápidamente por el esfuerzo; ahora me manejo muy bien”, cuenta. El doctor Laborda añade que según se vaya haciendo con el sistema le irá sacando más rendimiento.
El dispositivo, que debe cargarse cada cierto tiempo (a Jiménez las pilas le duran un máximo de cinco horas), tiene un botón que le permite ir cambiando entre tres configuraciones distintas, según sea lo que quiere ver. Con una de ellas, por ejemplo, es capaz de distinguir las rayas de los pasos de cebra. Con los otros se adapta a entornos con más o menos luminosidad.
Los expertos aseguran que las actuales prestaciones del ojo biónico, impensables hace unos años, se quedarán cortas con lo que está por llegar. El próximo paso es introducir mejoras para añadir colores al blanco y negro que reinan ahora en el mundo de Jiménez, algo en lo que ya se está trabajando. “Estoy deseando que llegue ya esa nueva tecnología”, se lanza esta cordobesa.