FUENTE: El Mundo
A sus 13 años, Carlos es un chico despierto y alegre al que le gusta la Play Station y ver películas. Un chaval inteligente y sociable que se lleva muy bien con sus profesores. Un niño cariñoso que le pide permiso a su madre para acompañar hasta la puerta al fotógrafo que le ha retratado para este reportaje, con el que ha hecho buenas migas desde el primer momento.
Carlos es un niño curioso al que le encantan los puzzles y observa cómo los hace su hermana, ya que él no puede ni siquiera agarrar las piezas. La distonía [movimiento y postura anómala de los músculos] generalizada que padece le impide tener movimientos voluntarios. También le gusta mucho cantar y canta lo que puede, lo que le permite su disartria [trastorno neurológico que produce dificultad en la articulación o en la modulación de las palabras], que le imposibilita hablar con normalidad. También tiene disfagia [dificultad para tragar] y come todo triturado o en porciones pequeñísimas. Tampoco puede caminar, va en silla de ruedas.
Pero lo más duro para Carlos y su familia es su tendencia compulsiva a la autolesión. Si se cierra una puerta, él puede alargar el brazo para que la puerta se lo pille o golpearse la cabeza contra el marco. Se mete la mano en la boca y se muerde con fuerza o se mete con virulencia el dedo en el ojo. Lo hace desde los cuatro años, uno después de que le diagnosticaran Lesch-Nyhan, una enfermedad rara de las más de 6.000 que existen y que afectan a 30 millones de ciudadanos europeos -3 millones en España-, según la Organización Europea para las Enfermedades Raras (Eurordis), que lanzó en 2008 el Día Mundial, que se celebra hoy.
"Los niños son conscientes de lo que hacen. Carlos pregunta '¿por qué lo hago? Yo no quiero hacerlo' y hay que explicarle que lo sabemos y que forma parte de su enfermedad. Tiene que estar atado 24 horas porque cualquier mínimo descuido puede acabar en una autoagresión. Si está atado está bien, se relaja, le cambia el humor. Si ve que no está atado se pone nervioso porque es plenamente consciente de que se va a hacer daño y no quiere hacerlo", relata Manuel Serrano, padre de Carlos y presidente de la Asociación del Síndrome de Lesch-Nyhan España.
"Alguna vez he leído en internet que es una enfermedad caníbal, que se muerden porque no se hacen daño, pero, ¡por Dios! ¡Eso no puede ser! Recuerdo perfectamente un correo de una familia de Sudamérica que me dijo que para que no se lesionaran un médico les había dicho que había que seccionarles la médula, que era lo mejor que se podía hacer. Sólo de pensarlo se me ponen los pelos de punta. Es una falta de información increíble", comenta Manuel.
Carlos lleva las manos atadas con unas muñequeras al brazo de la silla, según explica su padre. También un peto para sujetarle el cuerpo porque "si no puede acercar los dedos al ojo, el cuerpo se acerca a la mano" y sujección en los pies. Cuando empezó a morderse durmiendo, tuvieron que atarle también por la noche. "Ahora duerme con una faja de contención, unas férulas y atado para restringir los movimientos porque si no se puede golpear con las propias férulas. Una noche se dio tal golpe que se saltó uno de los incisivos superiores", relata Manuel.
Carlos no es un caso extremo. "A pesar de todo piensas 'ojalá que no evolucione más, que no le dé por morderse la boca porque si no, no sé qué voy a hacer...'", asegura Manuel consciente de que, si bien hay niños menos afectados "como Jose e Íñigo, ambos de Madrid", también hay casos más graves, "como el de Manuel, de Murcia, al que le han tenido que sacar todas las piezas dentales". Y así, con distintos grados de afectación, en el Hospital La Paz de Madrid han diagnosticado unos 50 casos, la serie más extensa del mundo, donde hay unos 600. No porque el trastorno afecte más a los españoles, sino porque se diagnostica más. Así, desde 1984, el doctor Juan García Puig, jefe clínico de este hospital y catedrático de Medicina de la Universidad Autónoma de Madrid, ha estudiado la enfermedad y ha acogido a todos los pacientes que estaban dispersados por todo el país.
"Cada nuevo caso acude a La Paz para hacer la determinación enzimática, diagnosticar correctamente, hacer el estudio familiar y realizar un seguimiento porque probablemente La Paz es el centro del mundo donde más experiencia se tiene en esta enfermedad y en la evolución clínica. En EEUU, por ejemplo, seguro que hay más casos, pero cada uno en un sitio, no hay un centro nacional que haya reunido toda la casuística, a pesar del enorme esfuerzo de las familias, que se pagan sus propios viajes a sitios donde tengan más experiencia para ofrecerles un tratamiento porque aquí hay que tratar dos cosas: el aspecto neurológico y el del ácido úrico para que los niños no tengan insuficiencia renal", explica el doctor Juan García Puig.
Porque ése es otro de los graves síntomas, la hiperuricemia. Se produce un exceso de ácido úrico que puede provocar piedras en el riñón. "La orina es de color anaranjado, como si fuera polvo de ladrillo", indica el doctor García Puig. Es una pista importante para intuir la enfermedad ya en los bebés, pero depende de las manifestaciones neurológicas: si aparecen más tarde o son más leves, puede pasar desapercibida. "Íñigo, de Madrid, estuvo hasta los 19 años creyendo que tenía parálisis cerebral ya que no tenía problemas de comportamiento ni autolesiones", comenta Manuel.
La culpable de todos estos problemas es una enzima llamada hipoxantina guanina fosforribosiltransferasa (HPRT). Esta enfermedad es transmitida por la madre o puede deberse a una mutación espontánea en el gen que codifica la síntesis de esa enzima, que se encuentra en el cromosoma X. "Las mujeres son portadoras, pero al tener dos cromosomas X tienen dos genes para codificar la enzima, con que uno funcione es suficiente. Los hombres sólo tienen un gen para codificar, por eso se da más en niños que en niñas", comenta García Puig.
"La enzima recicla hipoxantina y guanina para transformarlas en otros compuestos que van a dar lugar al ARN, el ADN, etc.", explica Rosa Torres, investigadora de IdiPAZ (Instituto de Investigación del Hospital Universitario La Paz), que trata de descifrar en el laboratorio por qué esta deficiencia enzimática produce semejantes manifestaciones neurológicas. "Está claro que se produce durante el desarrollo del cerebro, las conexiones entre neuronas se han establecido mal, pero no tenemos ninguna pista porque cuando haces radiografías o cuando se ha podido hacer alguna autopsia, el cerebro parece normal", señala Torres.
Su equipo lleva unos 10-12 años estudiando la fisiopatología de la enfermedad, pero desde hace algo más de un año trabajan en un proyecto financiado por la Fundación Mutua Madrileña, dentro de sus Ayudas a la Investigación Científica en Materia de Salud, que tiene dos partes: con pacientes y en investigación básica. En esta segunda, han desarrollado células madre (a partir de un teratocarcinoma, un tipo de tumor en el que las células pueden diferenciarse a casi cualquier tejido), las han hecho deficientes en HPRT y las han empujado a diferenciarse en células nerviosas para ver qué las distingue de una célula que tiene HPRT normal.
"El proyecto tiene una segunda parte en la que añadimos una concentración más o menos tóxica de hipoxantina. De forma muy gráfica, es como si la enzima fuera la encargada de reciclar las botellas de vidrio, que son la guanina y la hipoxantina. Como no recicla, las botellas se acumulan y estorban. Nuestra investigación trata de ver qué ocurre con esas botellas, si causan algún trastorno ya que las células se están desarrollando en un ambiente anómalo con una cantidad de una sustancia que no debería estar ahí y eso también puede influir y sumarse a la deficiencia de la enzima", aclara Torres.
La investigación se complica al no poseer ni siquiera un modelo animal. "Hemos hecho deficientes en la enzima a ratones, pero a ellos no les provoca trastornos neurológicos. Eso quiere decir que en el ser humano, en algún momento en su cerebro, la enzima realiza algo muy específico que no produce en los ratones. Sólo tenemos el modelo celular, pero una vez que haces deficientes en HPRT a las células ya no funcionan tan bien y no crecen tan deprisa, por lo que los experimentos son mucho más largos en el tiempo", señala Torres.
Tampoco tienen pistas sobre la mayor frecuencia de muerte súbita que se produce en esta enfermedad con respecto a otros tipos de parálisis cerebral. Los niños se van a dormir estando perfectamente y por la mañana están muertos. "Ha habido ya varios casos de muerte súbita sin que se haya detectado alteración electrocardiográfica ni nada, no sabemos a qué se debe", reconoce el doctor García Puig, que establece la esperanza de vida en unos 30-50 años.
Los médicos de La Paz forman parte de un grupo internacional que incluye a investigadores básicos y clínicos y en el que ponen en común los resultados de su trabajo, ya que no son muchos los que la estudian en todo el mundo. "Lo que tiene de particular España es que como todos los pacientes pertenecen al sistema nacional de salud, aunque estén en comunidades diferentes, el seguimiento de todos o casi todos los pacientes diagnosticados se hace en La Paz", relata la doctora Torres.
Así, cuando llega un niño a la consulta que tiene varios meses y no sostiene la cabeza ni se puede sentar, le realizan análisis. Si tiene el ácido úrico muy elevado, se estudia el caso y se establece el diagnóstico de Lesch-Nyhan. Entonces se lleva a cabo un estudio genético para encontrar la mutación genética -en cada paciente es distinta- y también buscar esa mutación particular en las madres y analizar si son portadoras o no. Se habla con los padres y se contesta a sus preguntas, y se les invita a acudir al hospital cada seis meses al principio y luego una vez al año, explica el doctor García Puig, quien confirma que actualmente hay unos 14-18 enfermos en seguimiento.
La sección de Neurología Pediátrica, que dirige el doctor Ignacio Pascual, lleva la parte asistencial. "Para la distonía se utilizan fármacos, aunque los objetivos son pequeños porque es casi imposible quitarla, y se hacen aumentos paulatinos de dosis para ver los efectos secundarios. En cualquier caso, no tienen efectos tan positivos como en las distonías de otras enfermedades. Se combinan con toxina botulínica, que no puede inyectarse por todo el cuerpo porque hay una limitación, por lo que eligen un músculo concreto intentando aliviar el mayor problema que tenga el paciente. En otras patologías la toxina dura unos seis meses, en este caso es menor, tres-cuatro meses", explica Mar García Romero, adjunta de Neuropediatría.
"Para las autolesiones lo único que se puede hacer es impedirles que lo hagan. Les inyectamos la toxina en los músculos maseteros -de la masticación- de forma que se debilite, sin impedir la masticación y la deglución, y al notar menos fuerza automáticamente dejan de morderse", añade García Romero.
A Carlos, nuestro protagonista, le inyectan toxina en los gemelos para que pierda fuerza y poderle poner las férulas que le facilitarán ponerlo en un bipedestador para que esté de pie una hora al día. Es necesario cambiarlo de postura y levantarlo para intentar minimizar los problemas de estar permanentemente sentado o tumbado. "Requiere estar con él y sobre él 24 horas al día, no una persona sola sino dos porque aunque pesa sólo 32 kilos se suma su problema a nivel muscular, cuando quieres que se relaje es cuando está tenso y a ver cómo lo sujetas", explica Manuel, que dejó su trabajo en Sitges y se mudó con toda su familia a Barcelona en 2008.
Mientras Manuel y su mujer Eva trabajan por la mañana, Carlos va a un colegio especial. El resto del tiempo su vida gira en torno a él, "hasta para hacer un viaje, no puedes irte a cualquier sitio. Nuestra otra hija, Raquel, también ha sufrido las limitaciones de alguna manera, por eso intentamos compensarla cuando podemos. Hay que tener cuidado con los otros hijos y con la pareja porque hay que intentar hacer una vida normal", remata Manuel.