FUENTE: Las Provincias
Una investigación liderada por el Instituto de Medicina Oncológica y Molecular de Asturias (IMOMA) ha permitido descubrir más de un centenar de genes que cooperan a frenar los tumores. Los científicos estudiaron cánceres desarrollados en ratones, validaron los hallazgos más interesantes en células humanas y posteriormente establecieron su relevancia en muestras de pacientes. En el estudio han participado múltiples equipos de dentro y fuera de la región. Desde el Instituto Oncológico del Principado de Asturias, el IUOPA, hasta Carlos Lopez Otín (codirector del trabajo), el Welcome Trust Sanger Institute (WTSI) de Cambridge y la Universidad Técnica de Múnich.
Según detalla el IMOMA a través de una nota de prensa, los resultados de este importante trabajo se han publicado en la prestigiosa revista Nature Genetics. Para poder llegar a comprender el alcance de la investigación, los autores del estudio recuerdan que los cánceres, entre ellos el de próstata que llegarán a desarrollar uno de cada siete hombres en su vida, se desarrolla por la acumulación de alteraciones en el genoma de las células normales que, tras ello, se transforman en cancerosas. Más de la mitad de los cánceres prostáticos malignos tienen mutaciones que inactivan el gen PTEN, un gen supresor de tumores cuya función es evitar el crecimiento descontrolado de las células.
Dicho gen está inactivo también en la mitad de los cánceres de endometrio, entre el 20 y 40% de los cerebrales y el 20% de los melanomas, entre otros. Para evitar el cáncer, el fragmento de ADN, el PTEN no actúa solo sino que busca otros genes colaboradores, muchos de los cuales son aún unos auténticos desconocidos. Identificar esas estructuras facilitaría conocer mejor los mecanismos por los que se desarrolla el cáncer y permitiría idear nuevas estrategias para combartirlo.
Es precisamente aquí donde entra en juego la investigación asturiana. Los científicos han logrado dar con un centenar de genes que colaboran en este proceso de contención del cáncer. Para realizar el trabajo se llevaron a cabo estudios en ratones. Se emplearon animales modificados genéticamente de modo que llevan en cada una de sus células un fragmento de ADN capaz de saltar de una zona a otra de su genoma, creando mutaciones al azar. A este fragmento de ADN saltarín se le llama transposón. Aunque en el pasado ya se habían utilizado ratones con transposones, la peculiaridad en este caso es que el transposón se alojó dentro del gen PTEN.
"De este modo, cuando el transposón salta, se lleva consigo un fragmento de PTEN, provocando la inactivación de este supresor tumoral. Pero además, el transposón puede volver a insertarse en otra región del genoma de la misma célula, creando una nueva mutación inactivadora", explica Juan Cadiñanos, director del Laboratorio de Medicina Molecular del IMOMA.
Las células en las que el transposón salta y se reinserta tienen dos mutaciones: una de ellas es siempre la misma, la inactivación de PTEN, mientras que la otra es una mutación aleatoria en cualquier otro lugar del genoma. “Aquellas células en las que la segunda mutación inactiva alguno de los genes que cooperan con PTEN para evitar el desarrollo de tumores están más predispuestas a convertirse en células cancerosas”, señala Jorge de la Rosa, otro de los participantes en el trabajo. De la Rosa comenzó a trabajar en el proyecto durante su tesis doctoral, realizada bajo la dirección del Juan Cadiñanos (IMOMA) y del profesor Carlos López Otín (Universidad de Oviedo), y ha continuado desarrollándolo como investigador postdoctoral en el laboratorio de Allan Bradley (WTSI de Cambridge).
Como consecuencia de estas alteraciones, los ratones desarrollaron principalmente tumores de próstata, piel, mama, endometrio, glándula suprarrenal e intestino. Se analizaron 278 tumores de próstata, mama y piel para identificar los cientos de genes en los que el transposón se había insertado más frecuentemente. "Esos genes son candidatos a ser supresores tumorales que cooperan con PTEN para evitar el desarrollo del cáncer", concluye el profesor López Otín.
Los científicos se centraron en caracterizar cinco genes alterados en los tres tipos de tumores analizados, pero más frecuentemente en los de próstata. Para ello utilizaron células humanas benignas de próstata, en las que observaron que inactivar cualquiera de estos cinco genes al mismo tiempo que se inactivaba el PTEN las convertía en células con características propias de células malignas, capaces de invadir los tejidos circundantes.
Por último, los investigadores observaron algo inesperado. Uno de los cinco genes, el llamado Wac, tiene una relación especialmente compleja con el cáncer de próstata que se desarrolla en ratones en ausencia de PTEN. Los ratones, explica Juan Cadiñano, al igual que los humanos, tienen dos copias de cada gen (una heredada de cada progenitor). Se observó que cuando falta una de las dos copias de Wac el desarrollo de tumores de próstata se acelera (lo esperable al eliminar un supresor tumoral), mientras que cuando faltan las dos copias, se detiene. Esto último era lo inesperado.
"Este descubrimiento, de confirmarse en humanos, podría tener aplicaciones terapéuticas ya que, en principio, la inactivación completa de Wac en aquellos tumores de próstata que tienen ya inactivado PTEN (que son la mayoría), podría frenar el desarrollo del tumor", concluye Cadiñanos. Los resultados de este estudio podrían aplicarse para identificar genes que cooperen con cualquier otro supresor tumoral conocido. Los investigadores españoles han contado para este proyecto con la financiación de la Fundación María Cristina Masaveu Peterson, el Ministerio de Economía y Competitividad, la Fundación EDP, la Fundación Bancaria Caja de Ahorros de Asturias / Liberbank y la Fundación Centro Médico de Asturias.