FUENTE: El Mundo
Jesús empezó a sentirse mal después trabajar durante casi 15 años en el servicio de Reanimación del Hospital La Fe. De forma ininterrumpida había estado preparando todo tipo de fármacos considerados biopeligrosos y cancerígenos sin más protección que unos guantes y una bata que le facilitó la dirección del centro. Como otros muchos sanitarios de hospitales, este enfermero ha manipulado durante más de una década medicamentos con componentes biopeligrosos como el miccfenolato mofetillo, ganciclovir, fenitoína, tacrolimus. De igual modo ha estado en contacto permanente con la ciclosporina y la azatioprina, dos principios activos considerados cancerígenos para el ser humano.
En 2010 se dio cuenta de que siempre estaba cansado. Su agotamiento físico le impedía practicar su pasión de caminar por la montaña. Cuando acompañaba a su mujer se quedaba tan atrás que advirtió que su organismo había dejado de funcionar.
Varios bultos -entre el cuello y el pecho- y el comentario de uno de sus compañeros encendieron las alarmas. Cuando le informaron de su diagnóstico ya no pudo dormir con normalidad y, aunque el pronóstico no era desfavorable, le marcó psicológicamente para siempre. Jesús, una persona de poco más de 40 años y aparentemente sana, debía enfrentarse a un linfoma de Hodgkin, un cáncer del sistema linfático que iba consumiendo su cuerpo de forma silenciosa.
A partir de ese momento el enfermero inició su tratamiento de quimioterapia y de radioterapia que sobrellevó con decisión y esperanza. Pero no fue fácil. Su delicada situación física justificó que los inspectores de la Seguridad Social consideraran que ya no podía trabajar más y le dieron la incapacidad permanente.
Sin embargo, Jesús no se rindió y lucho contra «la bestia» que llevaba dentro hasta que la derrotó. El tumor que todavía anida en su pecho ha muerto y no lo ha extirpado porque resulta más agresivo abrir su esternón y someterse a una operación compleja que mantenerlo como una simple herida sufrida en el fragor de la lucha y que le sirve para recordar que ha ganado una guerra.
Una vez constató que estaba limpio del proceso oncológico, Jesús solicitó volver a trabajar en el hospital de Malilla. Este profesional salió de Reanimación pero aterrizó en otra de las áreas más activas del centro médico: las puertas de Urgencias. Los problemas de los demás le devolvieron las ganas de vivir pero allí también descubrió que algunos de sus compañeros, enfermeros que habían compartido tareas hombro con hombro en Reanimación y en la Unidad de Cuidados Intensivos, habían sido diagnosticados de cánceres similares. Incluso tres de ellos habían fallecido por procesos tumorales.
Una circunstancia que le motivó a adherirse a la demanda que se había presentado en el Juzgado de Instrucción número 11 para que los hospitales valencianos ofrecieran la protección necesaria para la preparación de medicamentos cancerígenos y potencialmente dañinos para el organismo. Una protección que no se ha tenido en cuenta hasta cuando aparecieron los primeros tumores en las áreas hospitalarias afectadas.
«Las personas que hemos denunciado esta situación sólo pedimos que se investigue si hay una 'causa-efecto' de los casos de cáncer en el hospital con la falta de seguridad que ha existido a la hora de preparar los fármacos peligrosos», según Jesús, quien recuerda que en La Fe no se le hizo un chequeo médico ante un posible riesgo de sufrir secuelas por su trabajo hasta que se presentó la denuncia por parte de los trabajadores afectados. En concreto, cinco años después de que el enfermero fuera diagnosticado de cáncer.
Desde el juzgado de instrucción se ha requerido para que Jesús, junto a otros compañeros que se han adherido a la demanda, aporten toda la documentación sobre sus procesos oncológicos. El principal objetivo del juez que investiga el caso es comprobar qué relación hay entre la manipulación de los productos cancerígenos y los tumores que se han producido durante los últimos años entre el personal de enfermería del servicio de Reanimación y de la UCI de La Fe. La dificultad para identificar su causalidad se debe a que es una enfermedad lenta, silenciosa -se compara con la que genera el amianto- y carece de muestras aparentes en el organismo pero con el tiempo afloran patologías.
Los últimos estudios sobre la incidencia de estos fármacos en el organismo destacan que las personas que sufren una exposición a largo plazo a estos fármacos aumentan un 40% la probabilidad de sufrir un tumor que el resto. De hecho, la dirección de La Fe considera estos fármacos como cancerígenos, como prueban las circulares colgadas en la red interna del hospital de referencia de la Comunidad Valenciana que exponen un listado de productos que califica de «carcinógenos, teratógenos, genotóxicos, y con toxicidad para la reproducción y para órganos a bajas dosis».
El colectivo de enfermeros afectados ya ha denunciado el peligro al que están expuestos ante varias instancias, incluso ante la gerencia de La Fe y a la Conselleria de Sanidad desde 2010, pero sus reclamaciones siempre han sido obviadas.
El Instituto Nacional de Seguridad e Higiene en el Trabajo define citostáticos como sustancias diseñadas y utilizadas para causar disfunción celular inhibiendo el crecimiento de las células cancerosas mediante la alteración del metabolismo y el bloqueo de la división y la reproducción celular.
Unos productos que se utilizan preferentemente en el tratamiento farmacológico de los tumores (quimioterapia) o enfermedades neoplásicas (masa anormal de tejido con mayor crecimiento de lo normal) y que debido a su mecanismo pueden provocar efectos mutagénicos, carcinogénicos o teratogénicos» si no se evita la exposición directa.