FUENTE: Las Provincias
Bart Knols (Meersen, Países Bajos, 1965) es el hombre de los mosquitos. «Son mi pasión, pero también mi mayor enemigo. Admiro su belleza, pero detesto lo que le hacen a la humanidad. Me encanta estudiarlos, pero prefiero eliminarlos», afirma este biólogo, que lleva 27 años (11 de ellos en África) investigando a estos insectos transmisores de enfermedad y muerte. Ha sobrevivido a la forma más peligrosa de la malaria en nueve ocasiones; su mujer, que le acompañó en su aventura, casi muere. «Resistí porque tuve acceso a buenos médicos y buenos fármacos. Los niños pequeños africanos, que además sufren otras enfermedades y están malnutridos, no. Por eso mueren», explica a este periódico. Le han picado «cientos de miles de veces», entre otras cosas porque en su laboratorio tiene bichos que «hay que alimentar»; de vez en cuando, mete el brazo en la jaula y les da su ración de sangre.
Knols es una de las principales voces de ‘Mosquito’, el documental que Discovery Channel estrena el jueves 6 de julio: «Espero que después de verlo la gente empiece a entender que un mosquito no es una cosa pequeña que molesta en el dormitorio, sino un organismo que puede cambiar el modo en que vivimos en este planeta».
Las enfermedades transmitidas por estos dípteros matan a unas 700.000 personas cada año. Pero es una tragedia principalmente africana; en menor medida, asiática y sudamericana. En Europa, las noticias de que brotes de males tropicales como la malaria, el dengue, el zika, la fiebre del Nilo Occidental o el chikunguña estallan cada vez más cerca de casa producen alarmas efímeras, engullidas por las noticias de un nuevo atentado terrorista o el enésimo desastre natural.
«No podemos relajarnos -advierte, con voz tranquila-. En los próximos años habrá en España muchas infecciones transmitidas por estos vectores». El mosquito tigre asiático ya está en toda la costa mediterránea, de Cataluña a Andalucía. «Puedo garantizar que se moverá hacia el interior», asegura. «Y no estoy siendo hipotético», resalta, antes de desgranar numerosos ejemplos que demuestran que la globalización y el calentamiento del planeta han acelerado la expansión al hemisferio Norte de los mosquitos y de los agentes patógenos que estos inoculan con su saliva: virus que tardaron siglos en conquistar el continente negro viajan hoy con soltura en vuelos transoceánicos a todos los confines del mundo.
«El virus del zika fue descubierto en Uganda en 1947 y estuvo básicamente silencioso durante 60 años. En 2007 empezó a infectar a millones de personas y ya hemos visto las consecuencias», recuerda, sobre la epidemia que se extendió desde Brasil por Sudamérica y el Caribe y saltó a Estados Unidos a través de Florida.
«En 1999, un avión despegó de Tel Aviv y aterrizó en Nueva York. En él viajaban mosquitos infectados con el virus del Nilo Occidental, que lo transmitieron a seis personas. Al principio se pensó que era una acción terrorista -recuerda-. Al virus solo le costó cinco años llegar a Los Ángeles y hoy está presente en todos y cada uno de los Estados Unidos. Cada año hay miles de enfermos y un par de centenares de muertes. Además, no solo está en los humanos y en los mosquitos; los pájaros también son su reservorio, lo que hace extremadamente difícil erradicarlo. Hace poco nadie había oído hablar de él y de repente está por todo el mundo matando gente. Y no hay vacuna».
«En 2007 se encontraron en el noreste de Italia un mosquito asiático (‘Aedes albopictus’) y un virus africano (chikunguña). Hubo doscientos enfermos y un muerto, en pleno suelo europeo», insiste. «La pregunta es: ¿cuál va a ser el próximo virus que saldrá de la jungla y golpeará en Barcelona, Oslo o Nueva York? Debemos estar preparados para esos brotes. Quizá sean virus aún más peligrosos, con más mortalidad», alerta.
A su juicio, los gobiernos no están haciendo lo suficiente para luchar contra los mosquitos y prevenir las epidemias. «Es esencial que den un paso adelante y formen expertos sobre el terreno. Necesitamos a muchos más africanos con suficiente experiencia en el control de los mosquitos y en el manejo de los enfermos. Eso ayudará también a prevenir lo que va a ocurrir en el resto del mundo», subraya.
- Su lema es ‘Matamos mosquitos, erradicamos la malaria’. ¿Qué pasa con la vacuna? ¿Son enfoques complementarios?
- Creo que sí. Estaría muy contento si un día tuviéramos una vacuna contra la malaria, el dengue, el zika, el chikunguña y el Nilo Occidental. Pero la cuestión es que no las tenemos. Los científicos llevan desde los años sesenta trabajando en una vacuna eficaz contra la malaria y no la han encontrado. Lo cierto es que la mayor parte de los éxitos que hemos tenido en la batalla contra la malaria han venido del control de los mosquitos: en los últimos quince años, las mosquiteras y los insecticidas en las paredes de las casas han salvado siete millones de vidas.
- Sostiene que un enemigo tan fuerte y complejo exige soluciones creativas. ¿Por qué?
- Desde los años cincuenta, el control de mosquitos ha consistido sobre todo en fumigar insecticidas y se siguen gastando millones de dólares en ello. Pero, al cabo de los años, crean resistencias a esos químicos y hay que encontrar otros nuevos. Ser creativo significa decir ‘basta ya’ y buscar alternativas a las fumigaciones.
Quizá por eso, Knols no se limita a estudiar los insectos. Aunque ahora ha regresado como profesor a la Universidad de Wagenigen, hace unos años se aventuró en el mundo empresarial y fundó In2Care. Además de un repelente químico y un sistema para atrapar a los insectos en los aleros de las casas, la compañía patentó una trampa doméstica contra el ‘Aedes’ que, aparte de matar a las larvas y los ejemplares adultos con productos ‘verdes’, envenena todas las posibles zonas de puesta de huevos en veinte metros a la redonda. «Las trampas se están probando en varias zonas del Caribe y Centroamérica y los resultados hasta ahora son prometedores -explica-. Necesitamos soluciones simples, tecnologías fáciles de usar, que no requieran electricidad y puedan ser usadas por grandes cantidades de gente en países en vías de desarrollo».
También fue pionero en el control biológico de los mosquitos usando hongos que matan a los mosquitos sin dañar a la gente ni al medio ambiente. Y está buscando fondos para dar con un fármaco que las personas puedan tomar para envenenar a los mosquitos que les piquen e impedir que contagien a gente y se reproduzcan. Hasta ahora, sin éxito.
«Una de las buenas razones para moverse en esa dirección es que los mosquitos están cambiando su comportamiento -explica-. Ahora que hay tantas mosquiteras en África, ya no entran a las casas de noche, sino que pican fuera, al atardecer. Si se usara un fármaco para matarlos, daría igual que fuera de día o de noche, dentro o fuera».
Una de sus investigaciones más originales consistió en buscar los olores corporales más atractivos para cada especie de mosquito. Tirando del hilo, se dio cuenta de que el aromático queso holandés limburger les gustaba más que los pies humanos y podía ser utilizado para atraerlos a trampas con veneno. Este estudio le valió un IgNobel, un premio que reconoce los trabajos científicos que «primero hacen reír y luego hacen pensar». Lejos de ofenderse, Knols aprovechó la atención obtenida con el galardón para concienciar a la población en su guerra a muerte contra los mosquitos. Su pasión. Su enemigo.