Fuente: ABC
Las células inmunes son las encargadas de velar por la seguridad del organismo. Para ello, patrullan por todo el cuerpo a la caza de ‘cuerpos extraños’ tanto externos –caso de un virus o de una bacteria– como internos –como sería una célula cancerígena– y, una vez los encuentran, unen sus fuerzas para destruirlos. El problema es que estas células inmunes no siempre son infalibles y a veces se equivocan de ‘enemigo’. Así sucede en las enfermedades autoinmunes, en las que el sistema inmunitario ataca al propio organismo, en ocasiones con consecuencias muy graves e, incluso, letales. Pero, ¿qué es lo que desencadena que las células inmunes carguen contra sus células ‘vecinas’ y sanas? Pues según han mostrado distintos estudios, parece que la infección por el virus de Epstein-Barr (EBV), responsable de la mononucleosis infecciosa –popularmente conocida como la ‘enfermedad del beso’– se encuentra detrás del desarrollo de muchas enfermedades autoinmunes, caso del lupus eritematoso sistémico (LES). Y ahora, investigadores del Centro Médico del Hospital Infantil de Cincinnati (EE.UU.) han descubierto el porqué.
Como explica Daniel Rotrosen, director de la División de Alergia, Inmunología y Trasplante del Instituto Nacional de Alergia y Enfermedades Infecciosas (NIAID), organismo de los Institutos Nacionales de Salud de Estados Unidos (NIH) responsable de la financiación de esta investigación publicada en la revista «Nature Genetics», «dado que el EBV se suele transmitir en la mayoría de los casos en la infancia temprana, evitar la infección es prácticamente imposible. Sin embargo, y dado que ahora conocemos cómo la infección por este virus puede contribuir a las enfermedades autoinmunes, los investigadores podrían desarrollar terapias para interrumpir o revertir este proceso».
Más que mononucleosis
El de Epstein-Barr es uno de los virus más extendidos en todo el mundo. Se estima que más de un 90% de la población de los países desarrollados contrae el virus antes de cumplir los 20 años. Y asimismo, que en los países en vías de desarrollo, el 90% de los habitantes ya han sido infectados por el virus a la edad de dos años. Y una vez contraída la infección, el virus permanece en el organismo durante toda la vida. Pero, ¿se trata de un virus peligroso? Pues no. En la inmensa mayoría de los casos, la infección es totalmente asintomática. Sin embargo, si el contacto con el virus se produce durante la adolescencia puede dar lugar al desarrollo de la mononucleosis infecciosa, enfermedad caracterizada por fiebre, dolor de garganta, inflamación de los ganglios linfáticos y fatiga. Pero aún así, la enfermedad se cura espontáneamente –tan solo se requiere reposo– y no suele conllevar complicaciones graves.
Cuando el EBV infecta a las células inmunes humanas produce una proteína que, denominada ‘antígeno nuclear 2 del EBV’ (EBNA2), ‘recluta’ a los factores de transcripción de la célula infectada para que se unan al genoma tanto del propio virus como de la célula hospedadora. ¿El objetivo? Utilizar la maquinaria molecular y genética de la célula para producir más copias del virus y seguir propagando la infección. Para ello, EBNA2 y los factores de transcripción activan la expresión de los genes virales. Sin embargo, parece que esta alteración genética no acaba aquí.
Los resultados del estudio muestran que, además de los del propio virus, EBNA2 y sus factores de transcripción asociados también activan algunos genes humanos asociados con un mayor riesgo de LES y de otras enfermedades autoinmunes.
Como indica John B. Harley, director de la investigación, «nos quedamos muy sorprendidos al observar que cerca de la mitad de las localizaciones en el genoma humano ya conocidas por contribuir a aumentar el riesgo de lupus eran puntos de anclaje de EBNA2. Así, nuestros hallazgos sugieren que la infección por el EBV en las células puede desencadenar la activación de estos genes y contribuir a un incremento del riesgo de desarrollo de la enfermedad».
Finalmente, y una vez comparado el efecto del EBV –y más concretamente, del EBNA2– sobre el genoma y las proteínas de células de pacientes con LES y de células de individuos ‘sanos’, los autores repitieron el experimento con células de pacientes con distintas enfermedades autoinmunes. Y lo que vieron es que, al igual de lo sucedido en el caso del LES, el virus también aumentó el riesgo de esclerosis múltiple, artritis reumatoide, enfermedad inflamatoria intestinal, diabetes tipo 1, artritis juvenil idiopática y enfermedad celiaca.
¿Efectos colaterales?
En definitiva, parece que en su labor para fabricar más copias expandirse por el organismo, el EBV acaba activando algunos genes asociados a un mayor riesgo de desarrollar distintas enfermedades autoinmunes. Lo que no quiere decir en ningún caso que contraer el virus conlleve tener que padecer alguna de estas patologías.
Como apunta los autores, «la infección por el EBV no es el único factor que contribuye al desarrollo de las siete patologías autoinmunes analizadas en nuestro trabajo. Muchos de los genes reguladores que contribuyen al lupus y a otros trastornos autoinmunes no interactúan con el EBNA2, y algunos individuos que ven activados estos genes reguladores no acaban sufriendo ninguna de estas enfermedades».
Como concluye Anthony S. Fauci, director del NIAID, «son muchos los casos de enfermedades autoinmunes que resultan difíciles de tratar y que pueden padecer síntomas muy debilitantes. Trabajos como este nos permiten desentrañar los factores genéticos y ambientales que causan que el sistema inmune ataque a sus propios tejidos. Un mejor conocimiento de las causas complejas de la autoinmunidad posibilitará una mejor prevención y tratamiento de estas enfermedades».