Fuente: La Vanguardia
Cuatro personas con anorexia grave y con al menos diez años de evolución, que no han respondido a los tratamientos habituales, han puesto a prueba en el hospital del Mar la electroestimulación profunda, una técnica que se usa en parkinson desde hace 20 años, pero en dos zonas del cerebro especialmente alteradas en estos pacientes.
El tratamiento que ensaya el hospital con una beca de investigación que obtuvo en el 2016 no pretende devolverles el apetito o evitar que se purguen, sino mejorar su depresión, sus obsesiones y una salud mental muy deteriorada que les mantiene aislados, sin amigos ni trabajo. La mejoría en el peso es el principal indicador de que el tratamiento funciona, pero los electrodos no tienen ningún efecto directo sobre el apetito.
El proyecto se completará con un total de ocho pacientes, pero con los primeros cuatro ya contemplan unos resultados esperanzadores. “En tres la respuesta es positiva y uno de los casos, que lleva siete meses con los electrodos insertados, de momento no responde. Nos damos de plazo hasta el año”, explica la neurocirujana Gloria Villalba, que lidera la investigación junto al responsable de psiquiatría del hospital del Mar, Víctor Pérez. El ensayo pretende determinar si esa estimulación profunda en dos zonas distintas del cerebro en función de dos tipos de anorexia mejora sustancialmente el estado de estas personas.
Tres de los cuatro pacientes del ensayo han mejorado ánimo, relaciones y peso
Una de las áreas a estimular, una de las dianas en términos clínicos, es el cíngulo subgeniculado. “Es un área estratégica en nuestro estado de ánimo”, explica Villalba. “Es el centro de unión entre el sistema límbico, que en pacientes con anorexia nerviosa funciona mal, y otras estructuras cerebrales. El cíngulo subgeniculado es un centro de generación y recepción de serotonina por excelencia. Una de las hipótesis que se manejan es que la desregulación de ese sistema serotoninérgico sea una posible causa biológica de la enfermedad”. Esta diana es la elegida para pacientes con anorexia restrictiva, la que se basa en reducir al máximo la ingesta de alimentos. “La hemos asociado en nuestro estudio a un patrón más afectivo, por lo que para tratar el estado de ánimo, el cíngulo subgeniculado era una buena opción”, añade la neurocirujana.
El otro grupo de pacientes sufre anorexia purgativa. Toman cantidades enormes de laxantes y diuréticos, pueden darse atracones y luego purgarse y tienen una conducta más obsesiva que depresiva. “En nuestra hipótesis de estudio, asociamos este tipo de anorexia al núcleo accumbens, que es una zona clave en las adicciones, en las conductas compulsivas. Es el centro dopaminérgico por excelencia. De hecho una de las múltiples teorías de la causa biológica de la anorexia nerviosa es una desregulación del sistema dopaminérgico, fundamentalmente de los receptores de la dopamina”.
La estimulación actúa en un área vinculada a la depresión o en la de conductas obsesivas
No ha sido fácil reclutar a los voluntarios y siguen haciendo entrevistas para continuar el estudio con otros cuatro. Además de la gravedad y la cronicidad de su enfermedad, se impusieron mínimos y máximos en el peso. Unos mínimos para que aguantaran la operación y tuvieran suficiente piel sobre los electrodos y el estimulador ya que son personas extremadamente delgadas. Unos máximos para demostrar su eficacia en la peor situación. Pero los pacientes que mejor se adecuaban al patrón del estudio sentían pánico e engordar o su sufrimiento les impedía hacerse a la idea del beneficio que podría reportarles.
Los que se ofrecían, en cambio, comprendiendo claramente el beneficio y el riesgo que podía resultar de dejarse operar la cabeza, colocar dentro dos electrodos y un cable recorriendo el cuello hasta la barriga donde se instala un estimulador, no eran los que estaban peor. Muchos se habían enterado por la página de internet que pone al día sobre ensayos clínicos en marcha en todo el mundo. Les llegaban pacientes que se ofrecían desde Estados Unidos y otros puntos del mundo. De los cuatro que ya han participado, dos son de Catalunya y dos de otras partes de España.
Es difícil conseguir la participación de pacientes: algunos temen engordar
Dos ya han cumplido el año con sus electrodos y llevan el estimulador ajustado. “Empezamos con poca intensidad y vamos aumentando hasta encontrar el punto de cada uno”. Otro, siete meses y la más reciente, dos meses y medio. Tienen entre 40 y 46 años, tres mujeres y un hombre y en estos resultados preliminares uno ha ido muy bien, otro moderadamente bien, otro no mejora y el cuarto muy bien, pero es pronto.
Han mejorado peso, han vuelto a tener relaciones sociales, algunos han encontrado trabajo, han disminuido la ansiedad... “Alguno nos dice gráficamente ‘cómo no lo he hecho antes’, porque su vida ha dado un vuelco”, señala Villalba.
El ensayo incluye una prueba doble ciego, sin tratamiento y sin saber a quién se le aplica. “Hemos probado tres meses sin señal eléctrica para asegurarnos de que esos cambios no se debían a la sugestión y hemos comprobado cómo desaparecían los efectos sin estímulo. Funciona. Aunque los resultados no se sabrán realmente hasta que terminemos el ensayo”, apunta Víctor Pérez.
El tratamiento está autorizado también en TOC y se estudia en depresión mayor
La electroestimulación profunda se utiliza para modular la actividad de circuitos neuronales que funcionan incorrectamente. Se usa con éxito en parkinson desde hace más de 20 años y también para dolor neuropático y epilepsias que no responden a los fármacos. La única enfermedad mental para la que se ha aprobado su uso es el trastorno obsesivo compulsivo, que hace unos años que se opera en Bellvitge. En Sant Pau se lleva a cabo de forma experimental en depresión mayor, y Canadá y China, y ahora Barcelona, son los que más han trabajado en ensayos en anorexia.