FUENTE: Agencia SINC
España se libró este año de una demanda de la Comisión Europea por incumplir desde 2010 la normativa europea sobre calidad del aire. Pero esta exoneración in extremis –se enfrentaba a un ultimátum– no significa que el aire aquí sea limpio. El 90% de los españoles respira más contaminación de lo que la Organización Mundial de la Salud (OMS) considera aceptable, y su esperanza de vida puede acortarse hasta dos años por ello –pronóstico que la OMS extiende a todos los europeos–.
Las malas noticias no acaban ahí. Un número creciente de investigaciones demuestran que el aire contaminado es tóxico para el cerebro de los niños y lastra el desarrollo cognitivo. Los expertos reclaman medidas para proteger colegios y zonas infantiles, algo que ciudades como Madrid y Barcelona aún no contemplan pese a haber iniciado ambiciosos planes anticontaminación.
Respirar aire contaminado causa y agrava enfermedades respiratorias y cardiovasculares. La Agencia Europea del Medio Ambiente (EEA) atribuye a la contaminación la muerte prematura de 30.000 personas en España. El efecto sobre el cerebro de fetos y niños aún no se traduce en números en un informe y se conoce desde hace menos tiempo. Pero las evidencias son contundentes.
Como suele ocurrir en los estudios sobre la influencia del ambiente en el organismo –ya sea el nexo entre tabaquismo y cáncer o entre dieta y enfermedad cardiovascular–, es complejo demostrar una relación causa-efecto entre el humo del tráfico y la ralentización del aprendizaje en niños. Pero los estudios observacionales muestran una correlación tan clara y abundante que los expertos no dudan en apelar al principio de precaución.
Durante la primera década del siglo XXI empezaron a acumularse evidencias de lo que dos expertos en salud ambiental, Phillipe Grandjean y Philip Landrigan, describieron en 2014 en The Lancet Neurology como una “pandemia de neurotoxicidad” en niños.
Ambos médicos detectaban un “aumento en la incidencia de autismo, trastorno por déficit de atención e hiperactividad, dislexia y otros problemas cognitivos”, y lo atribuían a un conjunto de conocidos neurotóxicos, como el plomo, el metilmercurio o el tolueno. Pero también advertían de la posible existencia de más compuestos dañinos para el desarrollo del cerebro, aún sin identificar. Varios indicios apuntaban a que al menos parte de ellos podrían proceder del tráfico.
Un trabajo de 2008 hallaba inflamación en el cerebro de niños y perros en Ciudad de México, y culpaba a la alta contaminación. Efectos similares se observaron poco después en ratas expuestas a tubos de escape de motores diésel. Las partículas generadas por los motores, en especial los diésel, son tan pequeñas que podrían pasar de los pulmones a la sangre y llegar al cerebro, generando inflamación.
En 2010, un grupo de investigadores liderados por Jordi Sunyer, del CREAL –hoy ISglobal–, en Barcelona, decidieron buscar un posible vínculo entre contaminación del tráfico y aprendizaje infantil. Su proyecto BREATHE fue financiado con casi 2,5 millones de euros del Consejo Europeo de Investigación (ERC). “Postulamos que la contaminación del tráfico, en particular las partículas ultrafinas (…), obstaculiza el desarrollo cerebral”, explicaron los investigadores.
Pronto esa hipótesis de partida se vio respaldada. Un trabajo publicado en 2015 en PLOS Medicine mostraba que el desarrollo cognitivo de los niños que van al colegio en zonas de alta contaminación es más lento. En un año los escolares expuestos a poca polución mejoraron un 11,5% su memoria de trabajo, mientras que en los colegios con aire de peor calidad la mejora fue de solo un 7,4%.
El estudio consistió en medir durante un año habilidades cognitivas de 2.715 niños de 7 a 10 años de 39 colegios de Barcelona, descartando en lo posible el efecto de factores que se sabe que influyen en el desarrollo, como la clase social. “El deterioro de las funciones cognitivas tiene consecuencias para el rendimiento escolar”, dijo Sunyer en 2015. “Los niños de las zonas con mayor contaminación podrían estar en una situación de desventaja”.
Otros resultados de BREATHE han ido en la misma línea. Los investigadores estudiaron también, a lo largo de un año, la relación entre niveles de contaminación dentro y fuera de las aulas y la capacidad de atención de los niños y niñas. “Los incrementos en los niveles ambientales procedentes del tráfico se asociaron a una disminución en todos los procesos de atención en las aulas”, explicaron los autores en 2017 en la revista Epidemiology.
Los días de más polución los niños mostraron “un retraso equivalente a más de un mes en la mejora natural de la velocidad de respuesta” esperable por la edad. “Es una evidencia más de la necesidad de evitar la contaminación atmosférica en el entorno de los centros escolares, y especialmente la de los vehículos diésel”, declaró Sunyer.
El efecto de la contaminación sobre los niños es importante porque su cerebro está en pleno desarrollo. También el de los fetos. Varios estudios en Europa y Estados Unidos muestran que cuando las embarazadas respiran aire contaminado, sus hijos se resienten.
Entre 1998 y 2006 un grupo liderado por Frederica Perera, hoy directora del Centro de Salud Ambiental Infantil de la Universidad de Columbia (Nueva York, EE UU), reclutó a 720 embarazadas residentes en barrios de bajos ingresos en Nueva York, como Harlem o South Bronx. De ellas, 665 llevaron durante 48 horas una mochila con equipos de medición para un tipo de contaminantes llamados hidrocarburos aromáticos policíclicos (PAH), que se emiten al quemar combustibles fósiles y que, según han mostrado estudios en animales, son neurotóxicos que atraviesan la placenta y pueden causar inflamación, estrés oxidativo y lesiones vasculares en el cerebro del feto.
Los trabajos con esta cohorte de parejas madre-hijo empezaron a publicarse hace unos quince años y muestran que a mayor exposición a PAH de las madres, peor desarrollo neurológico de los hijos. Los niños que respiraron más PAH obtuvieron peores puntuaciones en test de inteligencia general y verbal, y tienen más riesgo de sufrir ansiedad, depresión y déficit de atención.
En 2012 el grupo de Perera hizo escáneres cerebrales a 40 niños de la cohorte. Los resultados, publicados en JAMA Psychiatry en 2015, revelan alteraciones morfológicas en los cerebros de los niños con mayor exposición, en concreto menos sustancia blanca –la que forman los axones de las neuronas–en el hemisferio cerebral izquierdo. Este rasgo “se asoció con un procesado más lento de la información durante las pruebas de inteligencia” y con problemas de comportamiento.
En España existe el Proyecto INMA-Infancia y Medio Ambiente, una cohorte de unas 4.000 parejas madre-hijo reclutadas entre 1997 y 2008 en siete regiones españolas. Hace unos años investigadores de ISGlobal coordinados por Mònica Guxens empezaron a analizar la relación entre exposición a dióxido de nitrógeno –uno de los principales contaminantes del tráfico– y capacidad de atención en niños de la cohorte INMA.
Una publicación el año pasado en Environment International revela que las exposiciones altas se relacionan “con un retraso en la capacidad de niños y sobre todo de niñas”. Guxens declaró: “Se desconoce aún el impacto clínico de esta falta de atención, pero podría tener implicaciones para toda la población debido a la ubicuidad de la exposición”.
Los resultados de distintos grupos de investigación en distintos sitios confluyen. Un artículo de revisión publicado en 2015 en Endocrinology muestra “un aumento exponencial” de este tipo de estudios en la última década, con resultados que ofrecen “evidencias suficientes” de que la exposición pre y posnatal sobre todo a PAH, partículas muy pequeñas y óxidos de nitrógeno incide negativamente sobre la inteligencia global y la capacidad de atención, y aumenta el riesgo de sufrir trastornos del espectro autista. Este efecto “no puede ser ignorado: debe aplicarse el principio de precaución para proteger a los niños”, concluyen los autores.
Pese a estas advertencias, los atascos en torno a los colegios a las horas de entrada y salida son cotidianos en las ciudades españolas. El mensaje tarda en calar. ¿Solo en la ciudadanía, o también entre los políticos?
Xavier Querol, del Instituto de Diagnóstico Ambiental y Estudios del Agua (IDAEA) del CSIC, en Barcelona, lleva décadas no solo investigando la calidad del aire –es uno de los autores en BREATHE– sino también asesorando a responsables políticos. Asegura que, en cuanto a conocimiento del problema, España está a la altura de los países de su entorno. En la toma de medidas, en cambio, “hemos ido más lentos”.
Ángeles Cristóbal, subdirectora General de Sostenibilidad del Ayuntamiento de Madrid, no quita un ápice de importancia a las evidencias científicas. La ciudad está poniendo en marcha el llamado Plan A, que engloba las medidas más drásticas jamás tomadas en Madrid para mejorar la calidad del aire. El Plan A restringe el acceso de los vehículos a una amplia zona central de la ciudad; bonifica a los más ‘limpios’; potencia el transporte público y renueva su flota con vehículos de bajas emisiones. Se cree que así se reducirá hasta un 30% las emisiones de óxidos de nitrógeno, el contaminante que sistemáticamente superaba los límites en Madrid. “Mejorará la calidad del aire de toda la ciudad”, dice Cristóbal. Aunque todavía no hay nada previsto específicamente para los colegios.
En Barcelona tampoco, pero Cristina Castells, directora de Energía y Calidad Ambiental del Ayuntamiento, conocedora de los resultados del proyecto BREATHE, explica que han decidido estudiar la situación de cada colegio en concreto: “No en todos hay que tomar las mismas medidas: depende de la situación, de cuál sea el modo de transporte habitual de los niños... incluso de la disposición del patio o de las aulas”.
En Berlín “se tiene en cuenta el ruido y la contaminación ambiental cuando se planifica la construcción de nuevas instalaciones, así que los colegios y zonas de juego más nuevos raramente están cerca de las vías de más tráfico”, explica Martin Lutz, Jefe de Sector de Gestión de Calidad del Aire en esta ciudad. Aparte de esa medida la ciudad ha dedicado mucho esfuerzo a la instalación de filtros en los coches, porque “conocemos la toxicidad de las partículas ultrafinas que emiten especialmente los diésel (…). Parece más eficiente atacar el problema en la fuente, es decir, en los tubos de escape”.
En Londres, el combate a la contaminación es, al menos en teoría, una prioridad política. El alcalde ha anunciado campañas de medición de calidad del aire en los colegios y enviará alertas a los centros cuando haya picos de contaminación. Reino Unido y Alemania son dos de los seis países que sí serán demandados por la Comisión Europea ante el Tribunal de Justicia Europeo por incumplir la normativa sobre calidad del aire.
Las soluciones al problema de la contaminación tardan en hacerse efectivas. Mientras llegan no se puede dejar de respirar, pero “hay cosas que se pueden hacer desde ya, como dejar de cargar y descargar los niños enfrente de la escuela”, decía Jordi Sunyer en una intervención en Facebook el año pasado; “esto se debería hacer a 100 metros y desplazar el tráfico que pasa por delante del colegio a 50 metros como mínimo”.
Algunos padres creen que llevando a sus hijos en coche estarán a salvo del aire contaminado: error. En 2014 varios políticos británicos siguieron su rutina londinense equipados con medidores de aire, y asombraron a los propios investigadores con los datos: atravesando la ciudad en coche se exponían hasta a diez veces más contaminación. Los sistemas de ventilación del vehículo absorben lo que sale del tubo de escape del coche de delante y lo inyectan en las fosas nasales de los pasajeros. La mejor opción es caminar lo más lejos posible de la calzada y por vías de poco tráfico. Y, si no, el transporte público.
Varios grupos estudian también el papel de la vegetación urbana para combatir la contaminación. Hay hallazgos curiosos, como que los árboles no siempre son buenos. Por ejemplo, en las calles flanqueadas por edificios altos, que acaban formando un cañón por donde pasa el aire, lo que conviene son los arbustos bajos y los jardines verticales, explican investigadores de la Universidad de Surrey (Reino Unido). Los árboles, en cambio, atrapan los contaminantes y hacen que su concentración aumente cerca del suelo. Los arbustos bajos también son efectivos como barrera entre la calzada y las aceras.
No consuela saber que el fenómeno es global. En toda Europa las muertes prematuras son más de 400.000, y de hecho la Comisión llevará ante el Tribunal de Justicia europeo, por su alta contaminación, a Francia, Alemania, Reino Unido, Italia, Rumanía y Hungría. La contaminación roba entre 2 y 24 meses de vida a cada europeo, en función del grado de contaminación del lugar donde viva. Y eso es tener suerte.
La OMS acaba de publicar un informe en el que estima que “el 90% de la población mundial respira aire contaminado” y que hay regiones del Mediterráneo oriental y del sudeste asiático donde se superan hasta cinco veces los límites que esta organización considera aceptables. La contaminación –afirma la OMS– es un ingrediente más del círculo vicioso de la pobreza, y uno muy poderoso: de los siete millones de personas que mueren al año en todo el mundo por respirar aire contaminado, el 90% vive en países en vías de desarrollo.
Con cifras tan impactantes la pregunta es obligada: ¿cómo no se actúa más y más rápido? Expertos de ámbitos diversos –calidad del aire, gestión urbana, epidemiología– lo atribuyen en parte a que el aire contaminado es lo que la OMS llama “un asesino silencioso”. Ningún certificado dice “causa de la muerte: alta contaminación”. Y sin embargo el aire contaminado es causa directa de cánceres y patologías respiratorias y cardiovasculares.