FUENTE: La Vanguardia
Una persona que nazca hoy tiene una esperanza de vida de 83 años, diez años más que los nacidos en 1975. Son varios los factores que han impulsado este ascenso. El más determinante, la introducción de nuevos fármacos, responsable del 73% de la prolongación de la esperanza de vida. Sin embargo, en el ‘prospecto’ del nuevo medicamento se leen otros beneficios. Una letra pequeña pero determinante para la calidad de vida de la sociedad sobre la que merece la pena poner la lupa para la que debemos seguir innovando.
En la primera mitad del siglo XX, las medidas de salud pública e higiene puestas en marcha, como por ejemplo una adecuada gestión de las aguas residuales o el suministro de agua limpia a la población, fueron claves para la mejora de la calidad y la esperanza de vida de los ciudadanos. Una esperanza marcada también por factores como el nivel educativo de la población o el progreso de las condiciones socioeconómicas.
En las últimas décadas, las claves de este progreso han residido básicamente en el avance imparable de la ciencia médica y la innovación farmacéutica. El medicamento ha conseguido en muchos casos la curación y, en otros tantos, el control de los síntomas y la conversión de patologías que eran mortales en dolencias crónicas. Hoy la cifra es incontestable: tres cuartas partes de la esperanza de vida ganada se debe a los nuevos medicamentos.
Innovación con ‘efectos secundarios’
Superar los resultados de los tratamientos convencionales es el principio y fin de los fármacos innovadores, aquellos que son creados para mejorar la efectividad de los previos. Una inversión para el sistema sanitario que, aunque importante, es imprescindible para el avance de la ciencia médica. Innovación que no solo se deja notar en el paciente sino que tiene un ‘efecto secundario’ muy positivo para la sociedad desde el punto de vista económico.
Es lo que se desprende de las conclusiones del informe ‘El valor del medicamento desde una perspectiva social’, elaborado por el centro de investigación en Economía de la Salud Weber con el apoyo de Farmaindustria, un compendio de estudios internacionales y españoles sobre el medicamento innovador en sus distintas vertientes, entre ellas la referida a sus efectos sobre la economía y los sistemas sanitarios.
Según este, los medicamentos innovadores revierten tanto en el propio sistema sanitario como en la sociedad y en la estructura productiva de un país. Lo hacen, sin embargo, a medio y largo plazo y por eso suelen pasar inadvertidos. Cuando se generan estos retornos en la sociedad pocos los asocian con la llegada de las nuevas terapias. Es más, hasta ahora no ha existido una dinámica adecuada para poder relacionar el ahorro con los efectos beneficiosos de los fármacos innovadores.
Más inversión. Menos gasto
Pero el efecto es triple y se deja notar en el ámbito sanitario, donde el informe pone de relieve que los nuevos medicamentos ayudan a reducir la medicación, las consultas médicas, las urgencias, las pruebas diagnósticas, las hospitalizaciones, las visitas médicas domiciliarias y el transporte medicalizado. También existe un importante ahorro de costes no sanitarios en el plano social, reduciendo o evitando, por ejemplo, la carga de cuidados de la dependencia en el hogar.
En tercer lugar, desde el plano económico, las nuevas terapias son claves para la reducción de las bajas laborales y el absentismo y, en consecuencia, del incremento la productividad. Entre los estudios que lo demuestran, uno publicado en Alemania en 2010, que prueba que cada nuevo medicamento aprobado se traduce en un ahorro total de alrededor de 200 años de trabajo perdidos por mortalidad prematura y jubilación anticipada.
Un ahorro que supera el gasto
Otro aspecto a tener en cuenta: el efecto beneficioso del sector farmacéutico innovador sobre ciertas dolencias en las que, sin perder de vista el objetivo de curar la enfermedad, muchos esfuerzos se centran en mejorar su calidad de vida del paciente. Nuevos fármacos que han evitado miles de muertes por VIH/Sida al convertirla en una enfermedad crónica con la que se puede llevar una vida prácticamente normal y han aumentado la supervivencia en el caso del cáncer.
Considerar el medicamento innovador como una inversión y no como un gasto es más que nunca una necesidad. Son palabras de Humberto Arnés, director general de Farmaindustria. “Pocas personas saben que por cada euro que se invierte en nuevos medicamentos el sistema público de salud puede ahorrar entre dos y ocho euros, o que un año de esperanza de vida ganado proporciona cuatro puntos de ganancia para nuestra economía”, explica.
El factor ‘largo plazo’
La vacuna es el ejemplo más paradigmático. De hecho, sus benefi¬cios pueden medirse tanto en términos de morbimortalidad evitada como en ahorros en costes sanitarios y ganancias de productividad laboral. El informe Weber cita varios estudios que demuestran, por ejemplo, cómo la erradicación de la viruela gracias a la vacunación ha evitado 40 millones de muertes en el mundo, permitiendo un ahorro de 2.000 millones de dólares anuales.
“El cambio fundamental es tener una perspectiva de medio y largo plazo, así podremos considerar el medicamento como una inversión y no sólo como un gasto en el corto plazo” señalan desde la Fundación Weber. Una visión transversal, abierta y largoplacista imprescindible para poner en valor los ahorros conseguidos por los medicamentos innovadores hasta hoy y su necesaria existencia para el desarrollo y progreso de la sociedad más allá del ámbito sanitario.