FUENTE: La Razón
Con el ébola, con el zika y ahora con el coronavirus. Cada vez que hay una emergencia sanitaria la comunidad científica internacional trabaja a contrarreloj para desarrollar potenciales vacunas que permitan frenar el brote. Pero, ¿cómo se desarrolla una vacuna? La primera etapa, la de su elaboración, consiste en identificar y crear el antígeno relevante. Ahora bien, como precisa Mariano Esteban, jefe del Grupo de Poxvirus y Vacunas del centro en el que hay dos grupos trabajando para desarrollar una inmunización contra el coronavirus –el Centro Nacional de Biotecnología (CNB), del CSIC–, existen «tres modalidades».
La primera línea de investigación es la basada en el agente patogénico, pero atenuado, inactivado o bien modificado genéticamente. «Hay que aislar el virus, purificarlo y si se quiere inactivar se puede hacer, por ejemplo, bien por calor, bien por ultravioleta o bien con formaldehído. Si se quiere atenuar, hay que hacerle perder su virulencia haciéndolo pasar sucesivamente por cultivos celulares, lo que es tedioso, o mediante genética reversa que resulta mucho más eficaz y rápido». La ventaja del primer caso por inactivación es que «el virus no replica, en el segundo por genética reversa sí lo hace, pero no es patogénico y tiene la ventaja de que mimetiza el proceso del virus. El problema es que se tiene que evitar que pueda volver a recombinarse con otros coronavirus presentes en la naturaleza», precisa el experto. Técnica, esta última, que es la que investiga el otro grupo del CNB, «el liderado por Luis Enjuanes, que trabaja en la síntesis y reconstrucción de los componentes del virus eliminando previamente los genes que considera virulentos y que causan la patogenicidad del virus», explica Esteban.
La segunda modalidad consiste en emplear componentes del virus que inducen una respuesta inmune específica, lo que es importante para prevenir la infección. En este caso «hablamos de aislar componentes del virus que pueden ser proteínas que sabemos que inducen ese tipo de respuesta inmunológica. Esta aproximación requiere que se utilice ese gen específico. En el caso del coronavirus su gen específico es el componente que está en la membrana del virus, en las proyecciones de esa corona que forma, como es la proteína S «spike». Para ello este gen S se administra en forma de ácido ribonucleico (mRNA), de ácido desoxirribonucleico (DNA plasmídico) o bien se incorpora a otro vector que es, precisamente, nuestra línea de trabajo (la investigan desde enero): generar un poxvirus atenuado que expresa ese gen codificante del antígeno S una vez que se introduce en las células». Es decir, coger «la secuencia genética del gen S del coronavirus, introducirlo a otro vector –el poxvirus– para que, administrado como vacuna a un organismo, produzca anticuerpos neutralizantes frente al coronavirus».
La tercera modalidad se basa «en crear un pseudovirus, que se parece al virus normal pero que carece de material genético tal y como seguimos nosotros para el VIH, o crear una proteína sola como la S del coronavirus purificada, que la obtienes expresándola en células animales a gran escala», precisa.
Una vez dada con la fórmula idónea del candidato vacunal, la siguiente etapa consiste en diferentes procesos de inmunización del «antígeno vacunal en modelos animales» mediante uno solo o una combinación de varios componentes para determinar los parámetros inmunes específicos, es decir, si hay producción de anticuerpos neutralizantes. Después, habrá que establecer el procedimiento óptimo de vacunación que confiere protección a un desafío con el patógeno y proceder con los ensayos clínicos en humanos.
Un año y medio de proceso
Un proceso que lleva su tiempo: «Aproximadamente un año y medio entre su desarrollo, la fase de ensayo con animales (ratones y macacos) y las fases clínicas en humanos», afirma Esteban, que no duda en poner la mano en el fuego con que próximamente la comunidad científica dará con la vacuna frente al coronavirus SARS-CoV-2 causante del Covid-19, «ya que seguramente es un virus sensible a los anticuerpos neutralizantes y a las células T (un tipo de glóbulo blanco)».
El problema en España es la financiación: «Hay que capitalizar la parte preclínica con la fase clínica como hace EE UU o la Fundación Bill y Melinda Gates, que es donde en nuestro país no hay suficiente inversión», afirma el experto, que manda un mensaje de tranquilidad: «El índice de mortalidad del coronavirus Covid-19 es bajo. En una alarma sanitaria hay que decir la realidad como viene manifestando la OMS; los coronavirus aparecen en la naturaleza continuamente y hay que estar alerta para controlarlos. Estamos expuestos a los virus desde el origen de la vida. Todo microorganismo trata de sobrevivir». Y es que hay «más de dos millones de virus distintos, pero que infecten al ser humano muy pocos, por ello hay que invertir en ciencia para evitar que nos sorprendan», concluye.