FUENTE: La Vanguardia
Cuando Pedro Sánchez decretó el estado de alarma el pasado 13 de marzo, hizo excepciones con las mascotas y las peluquerías, pero no con los niños. Mientras que en países de nuestro entorno como Francia se regularon desde el principio las “salidas indispensables para el equilibrio de la infancia en espacios abiertos en la proximidad del domicilio, manteniendo la distancia y evitando todo encuentro”, en España ni siquiera los menores con necesidades especiales podían salir a la calle.
Pocos días después, el Gobierno tuvo que rectificar ante las quejas de las familias con personas a su cargo cuya salud mental puede verse gravemente alterada por el confinamiento. El 20 de marzo se actualizó el Real Decreto 463/2020 el 20 con el fin de proteger a estos “colectivos más vulnerables”. Entre otras disposiciones, se añadió una instrucción que habilitaba a circular por las vías de uso público “a las personas con discapacidad, que tengan alteraciones conductuales, como por ejemplo personas con diagnóstico de espectro autista y conductas disruptivas, junto a un acompañante, siempre y cuando se respeten las medidas necesarias para evitar el contagio”.
Gritos e insultos. Campaña para eludir a la “Gestapo vecinal”
Sin embargo, algunos ciudadanos que vigilan desde sus balcones y ventanas el escrupuloso cumplimiento de las medidas impuestas por el Gobierno no entienden de excepciones. A Josep Salvat (47) le estaba esperando una patrulla de la policía municipal de Sant Feliu de Llobregat cuando a principios de semana regresaba del Parc del Llobregat, donde había acudido con su hijo Josep Enric (10). “Mientras jugaba con él a la pelota había escuchado gritos de los vecinos, pero no le di importancia. Cuando vi a la patrulla, entendí que nos habían denunciado”.
Josep Enric sufre autismo de alto funcionamiento. Tiene un carnet que acredita su discapacidad y un informe médico que le otorga derecho a salir a la calle. Pero a ojo de balcón, su condición es imperceptible. Familias como la suya han sido el blanco de los gritos y descalificaciones de aquellos que ven pícaros, inconscientes o insolidarios en cada esquina. Algunos ya los llaman la “Gestapo vecinal”.
Varios de estos padres y madres, hartos de recibir insultos y dar explicaciones, han iniciado una campaña a través de las redes sociales: a partir de ahora, ellos y sus hijos saldrán a pasear con un pañuelo, brazalete o cualquier otro distintivo de color azul para que el resto de ciudadanos los identifique y evitar así los malentendidos.
Salvat, consultor de comunicación, es uno de los que ha publicado mensajes en Twitter para comunicar la iniciativa y exigir respeto: “Es lamentable tener que recurrir a esta medida para no verse expuesto a los abucheos de la gente… Pero si ha de servir para facilitar la convivencia, bienvenida sea. Si alguien tiene una idea mejor, que la exponga”, explica a La Vanguardia.
Iniciativa individual. Autismo España pide “respeto y comprensión”
Muchas otras familias se niegan a participar en esta idea, que al parecer parte de una iniciativa individual: la de la madre de un niño con Trastorno del Espectro Autista (TEA), que tras ser increpada por la calle expuso su idea a través de un vídeo que ha sido distribuido por redes sociales y grupos de whatsapp:
Autismo España, la confederación que agrupa la mayoría de las asociaciones de familias de personas con TEA, no apoya ni censura esta iniciativa. Se limitan a reclamar comprensión y respeto a la ciudadanía: “Ninguna persona tiene la obligación recurrir a identificativos que, por otra parte, pueden llegar a ser estigmatizantes, para ejercer sus derechos. Las personas con TEA y sus acompañantes deben tener garantizado su derecho a salir a la calle ante los agentes de la autoridad mediante la acreditación suficiente de la necesidad. Además, deben tener las garantías de ser respetados y no increpados ni insultados”, dice un comunicado de la organización.
Por otra parte, Austismo España advierte que establecer una práctica de identificación podría derivar en un aprovechamiento ilícito por parte de personas “personas que quieran aprovecharse de dicha situación para eludir eventuales sanciones, mediante la utilización de este tipo de elementos”. La dichosa picaresca española.
Lídia García, exdirectora y miembro de la junta de Aprenem Barcelona, una asociación que agrupa a más de 550 familias que luchan para la inclusión de las personas con TEA, también apuesta por la sensibilización de la ciudadanía, aunque expresa su respeto a la decisión de cada familia: “Para una familia es durísimo salir a la calle con un distintivo que les etiquete para evitarse el mal trago de ser insultados. Ojalá viviésemos en una sociedad donde hacer este tipo de cosas no fuese necesario”, reflexiona.
En las redes sociales, muchos de quienes se niegan a ponerse un brazalete azul para salir a la calle por entender que estigmatiza al colectivo aluden a la insignia que los judíos eran obligados a llevar en Alemania nazi: “Que la gente asuma su responsabilidad y dejé señalar a los vecinos desde los balcones”, es el mensaje que defienden.
Por otra parte, hay familias que ni siquiera han hecho público en su entorno que sus hijos menores tienen TEA, precisamente por miedo a las etiquetas y los prejuicios. Algunas de ellas ni siquiera tienen el permiso médico necesario para justificar que puedan salir a pasear. Begoña, maestra de una escuela del barrio de Sant Antoni de Barcelona, ha estado gestionando esta semana las autorizaciones de un par de niños de P4 de su escuela. “Cuando los niños son tan pequeños, las familias aún están asimilando la situación. Muchas madres y padres se niegan a aceptarlo. Pero lo cierto es que los niños con estos trastornos sufren mucho si están encerrados. Tienen que poder salir con las restricciones que sean necesarias”, argumenta.
Jueces desde sus ventanas
Ante la pregunta de a qué se debe esta actitud delatora y agresiva de algunos ciudadanos, el sociólogo Francesc Núñez alude a la excepcionalidad de la situación que vivimos: “Lo que estamos viviendo es terrible. De alguna manera nos hemos convertido en portadores de nuestra propia muerte y la del prójimo. Si aceptas esta condición es normal que te conviertas en juez del comportamiento de los demás. Esta amenaza que nos ha caído encima hace que reaccionemos de un modo irracional: pensamos que ese individuo que sale a la calle está escampando la muerte”, elucubra.
“Entiendo que la gente esté muy nerviosa y asustada, pero de ahí a gritar e insultar sin saber cuáles son sus circunstancias personales de cada uno… Hay que tener más empatía”, razona Lídia García, de Aprenem Barcelona. “Si no, ¿qué hacemos con las madres monoparentales que tienen que ir al supermercado a comprar acompañadas de sus hijos? ¿Les ponemos un brazalete rojo? No podemos tratar a todo el mundo que sale a la calle como si fuera un inconsciente que sale a correr porque le resbalan las restricciones. Hay muchas casuísticas”, concluye Begoña, la maestra de infantil.