FUENTE: Las Provincias
De todos los indicadores que manejan los estadísticos, pocos tienen tanta repercusión emocional como la esperanza de vida. Sabemos perfectamente que se trata de una abstracción y que la muerte puede estar esperándonos en cualquier recodo de nuestro día a día, pero seguimos sintiendo una rara tranquilidad al comprobar que todavía nos faltan unos cuantos años para alcanzar ese límite teórico, incluso hacemos nuestros cálculos compensatorios sobre el tiempo extra que nos conceden todas las personas que han fallecido mucho antes de llegar a esa edad. Al fin y al cabo, hablamos de un concepto que lleva la esperanza en el nombre y que incluye ese componente personal en la definición: es una estimación de la cantidad de años que alguien puede esperar vivir en función de las características de la mortalidad en el momento de su nacimiento. Y, más allá de las cuentas que hacemos en secreto cuando nos entra la angustia sobre nuestra permanencia en este mundo, constituye un indicador fundamental de desarrollo y sirve para tomar decisiones sobre programas de salud pública y pensiones, por ejemplo.
Pero, además, nos brinda una ventana fascinante para contemplar el progreso de la humanidad. Según destacan los responsables de Our World In Data, una iniciativa con base en la Universidad de Oxford, la esperanza de vida al nacer se mantuvo más o menos estable durante la mayor parte de la historia: al principio del siglo XIX, ningún país había rebasado aún la frontera de los 40 años. En cambio, el siglo XX trajo un asombroso incremento, gracias sobre todo a la reducción de la mortalidad infantil (defunciones que afectan extraordinariamente al promedio), pero también a otros avances farmacológicos y médicos, al mejor acceso a la sanidad y a los programas sociales. Hubo un periodo que los investigadores de Our World In Data definen como «división global», en el que se abrió un abismo entre los países más ricos y los que cerraban las tablas de desarrollo: en 1950, la esperanza de vida en Noruega era ya de 72 años, pero la de Mali seguía en 26 y la de África en su conjunto, en 36. Pero, en las últimas décadas, esa distancia se ha atenuado: «Muchos no hemos actualizado nuestra visión del mundo y tendemos a seguir pensando que está igual de dividido que en 1950, pero ha hecho un rápido progreso en salud y muchos otros aspectos», aseguran los estudiosos de Oxford. En los países con menos recursos, según la OMS, la esperanza de vida ha crecido un 21% entre 2000 y 2016, impulsada por factores como los tratamientos para el HIV, la malaria, la tuberculosis o la dracunculiasis.
Hoy, según la estimación de la ONU, la media global es de 72,6 años, más alta que la de cualquier país a mediados del siglo pasado. En cabeza de la lista se sitúa Japón, con 84,6, y el último puesto lo ocupa la República Centroafricana, con 53,3. España, Italia, Suiza y Australia han superado ya los 83: en nuestro país, según los datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), una persona nacida el año pasado puede esperar una vida de 83,59 años (hace un siglo, eran 41), aunque este indicador tiene la peculiaridad de exigir un desglose por sexos, ya que se mantiene la ventaja de las mujeres sobre los hombres. Mientras que las españolas tienen una esperanza de vida de 86,2 años, los varones andan por los 80,8, aunque también es verdad que esa distancia se ha reducido en los últimos años: a finales de los 90, había 6,9 años de separación entre españolas y españoles, mientras que ahora son 5,4.
«El caso más cercano es el de 2017, cuando hubo un aumento de mortalidad de 27.000 personas respecto al año anterior, con una gripe muy severa, pero ello apenas supuso una bajada de dos décimas en la esperanza de vida», detallan en el INE.
La diferencia entre sexos no es la única disparidad llamativa en este campo, ya que también existen contrastes notorios entre comunidades humanas muy próximas. Ocurre, desde luego, entre países vecinos: Finlandia le saca más de nueve años a Rusia, mientras que Canadá está tres años y medio por encima de Estados Unidos, que a su vez aventaja en casi cuatro años a México. Se registra también entre regiones de un mismo país: en España, la provincia con la cifra más alta es Madrid (84,9), seguida por Álava, Guadalajara, Segovia y Valladolid (todas en 84,7), mientras que Cádiz y Huelva no llegan a 82 y Ceuta y Melilla se quedan por debajo de 81. Y los contrastes se producen incluso entre barrios de una misma ciudad: hay estudios que calculan diferencias de hasta diez años entre dos zonas de Madrid (El Goloso y Amposta) y de casi nueve en Sevilla (con San Matías y el Polígono Sur en los extremos).
Morir a los 114
Ahora mismo, la esperanza de vida plantea dos debates. Uno, que divide a los científicos, es si estamos alcanzando el límite de nuestra especie o si, sencillamente, seguiremos viviendo cada vez más. Una de las posturas enfrentadas sostiene que una esperanza de vida de cien años es altamente improbable, nos recuerda que ya no podemos esperar grandes empujones (como los que supusieron en el pasado las vacunas y la reducción de la mortalidad infantil) y alerta de amenazas como la obesidad, la resistencia a los antibióticos o las pandemias. Y esgrime, además, un dato interesante que podemos comprobar periódicamente en el libro Guinness: por mucho que cada vez haya más centenarios y supercentenarios, las personas más longevas del mundo siguen muriéndose en torno a los 114 años. La otra escuela, en cambio, se fija más en la evolución que sigue experimentando la esperanza de vida, siempre hacia arriba. ¿Qué opinan los expertos del INE? «Lo observado hasta hoy, a pesar de que siempre se discute sobre cuándo cambiará esa tendencia, es que la esperanza de vida avanza de forma constante, en 'línea recta'. El INE basa sus proyecciones en consultas a demógrafos, más de veinte en las últimas publicadas, y el consenso es considerar que va a seguir creciendo de manera prácticamente constante», responden. Esas proyecciones estiman, por ejemplo, que las españolas superarán el listón de los 90 años allá por 2058.
Eso nos lleva a la otra cuestión, tan candente: ¿qué efecto va a tener la actual pandemia sobre este indicador? Si observamos una gráfica de la esperanza de vida española a lo largo del siglo XX, veremos una línea ascendente y empinada que se quiebra violentamente en dos ocasiones. Una es la Guerra Civil, que provocó un claro bajón: ya se habían superado los 52 años y se cayó hasta los 47. La otra es la llamada 'gripe española', una profunda dentellada que, en dos años, hundió la esperanza de vida desde los 43,9 años de 1916 hasta los 30,3 de 1918. En otros países, como el Reino Unido, se registraron descensos muy similares. Sin embargo, en el INE no esperan que el coronavirus tenga un impacto importante en la estadística: «El caso más cercano es el de 2017, cuando hubo un aumento de mortalidad de 27.000 personas respecto al año anterior, con una gripe muy severa, pero ello apenas supuso una bajada de dos décimas en la esperanza de vida, que se recuperaron al año siguiente. Ahora, un efecto de tres o cuatro décimas sería lo normal, pero, salvo nuevos rebrotes, la serie se recuperaría al año siguiente o a los dos años. Hay que tener en cuenta el llamado 'efecto cosecha', que se suele producir cuando hay un aumento de mortalidad como en este caso: luego, la mortalidad decae, porque se han adelantado defunciones».