FUENTE: La Razón
La excepcional crisis sanitaria del coronavirus que nos ha tocado vivir ha hecho que quede en segundo plano la que hasta el momento se conocía como la pandemia del siglo XXI, la obesidad, una enfermedad silenciosa que no deja de crecer. De hecho, solo en España se estima que en poco más de una década, para 2030, habrá 27 millones de adultos con problemas de sobrepeso. Mientras tanto, la investigación en este campo no cesa y un grupo de científicos españoles del Centro Nacional de Investigaciones Cardiovasculares, CNIC, han participado en el descubrimiento de un mecanismo que explica cómo las células inmunitarias son capaces de regular la obesidad.
La clave está en los macrófagos, células del sistema inmunitario que, además de ser esenciales en la respuesta temprana a infecciones, cumplen un papel fundamental en el funcionamiento adecuado de nuestros tejidos y la regulación de la obesidad. “Los macrófagos son células del sistema inmune encargadas de detectar, fagocitar (engullir) y digerir tanto patógenos como células muertas o restos celulares. Patrullan todo el organismo y se instalan en todos los tejidos del cuerpo realizando dichas tareas de limpieza. Además son capaces de producir y liberar al medio moléculas señalizadoras que induce la respuesta coordinada de otros tipos celulares y tejidos. De este modo, si encuentran daños importantes, infecciones u otro tipo de estrés, los macrófagos actúan como sensores del mismo y coordinan la iniciación de proceso de inflamación para solucionar el problema encontrado. Una vez resuelto, los macrófagos participan también en controlar y disminuir la inflamación”, detalla David Sancho y José Antonio Enríquez, investigadores del CNIC y directores de este proyecto.
“En las últimas décadas, diversos estudios han comprobado que, en condiciones normales, los macrófagos del tejido adiposo facilitan un ambiente antiinflamatorio y reparador, contribuyendo a desactivar cualquier proceso que altere la función normal de este tejido; estos macrófagos se conocen como antiinflamatorios o ‘tipo M2’”, explica Enríquez. Sin embargo, en ciertas situaciones, añade, “los macrófagos M2 interpretan las señales de estrés, que normalmente aparecerían en respuesta a una infección, y promueven inflamación como mecanismo defensivo”.
Dichos procesos inflamatorios originados por los macrófagos, afirma el Dr. Enríquez, son responsables de la aparición de alteraciones que afectan al tejido adiposo y “están en el origen de la obesidad y del síndrome metabólico asociado a trastornos cardiovasculares, hígado graso o diabetes tipo 2”. Así, como respuesta al exceso de nutrientes generados por una dieta elevada en grasas, “los macrófagos cambian su función y favorecen procesos inflamatorios, formando macrófagos proinflamatorios de ‘tipo M1’”.
La investigación que ahora se publica ha analizado cómo los cambios metabólicos en los macrófagos regulan este proceso inflamatorio que subyace a la obesidad y el síndrome metabólico. Los nuevos hallazgos, señala la Dr. Rebeca Acín-Pérez, actualmente en la UCLA, “revelan cómo la detección de señales de peligro oxidativo, conocido como especies reactivas de oxígeno, por parte de los macrófagos, induce cambios en el metabolismo mitocondrial de dichas células inmunitarias que son necesarios para su diferenciación a un tipo proinflamatorio M1. Este estrés oxidativo –aclara-, está presente en los pacientes con obesidad mórbida y parece estar relacionado con la dieta rica en grasas, frecuente en la inadecuada dieta occidental”.
Una de las conclusiones de este estudio, asegura el Dr. Sancho, es que demuestra que, si se reduce dicho estrés oxidativo, “se atenúan algunos de los parámetros perjudiciales asociados a la obesidad”. De esta manera, lo pionero de este hallazgo es que “en nuestro estudio hemos identificado un factor (una proteína llamada Fgr) necesario para que los macrófagos cambien del estado en el que previenen la inflamación al estado en el que inducen la inflamación. Cuando nos alimentamos sistemáticamente con dietas con mucho exceso de grasa los macrófagos se transforman en pro-inflamatorios y generan señales que inducen al cuerpo a retirar la grasa de la sangre y acumularla en tejido adiposo e hígado. Este proceso es natural y sirve para que el cuerpo almacene alimento para potenciales períodos de ayuno. El problema surge cuando no llegan esos periodos de ayuno y nos alimentamos constantemente con exceso de grasa. Ello mantiene a los macrófagos en su estado pro-infamatorio y generan más obesidad y una inflamación crónica en el cuerpo”, explican a LA RAZÓN los investigadores, quienes detallan que “en ausencia del factor descubierto en este trabajo, los macrófagos no generan las señales de almacenamiento de grasa y los ácidos grasos no son almacenados eficientemente, en su lugar el hígado los convierte en cuerpos cetónicos que se eliminan en la orina. Se engorda menos y como los macrófagos no generan señales de inflamación se evita la inflamación crónica”.
Los resultados de esta investigación, obtenidos en ratones, han sido corroborados en cohortes humanas donde los autores han encontrado una fuerte correlación entre la expresión de Fgr y los efectos negativos derivados de obesidad.
La obesidad es uno de los principales problemas de salud ya que está implicada en el desarrollo de enfermedades cardíacas, accidentes cerebrovasculares, cáncer, hígado esteatosis, síndromes metabólicos, hipertensión arterial y algunas enfermedades autoinmunes.
Una combinación de ingesta excesiva de nutrientes, falta de actividad física y los factores genéticos de riesgo conduce a un desequilibrio en la demanda de energía frente a la energía consumida que inicia la obesidad. Solo en España se estima que, en poco más de una década, para 2030, habrá 27 millones de adultos, el 80% hombres y 55% mujeres, con problemas de obesidad o sobrepeso.
En el estudio han colaborado investigadores del Centro de Investigación Biomédica en Red de Fragilidad y Envejecimiento Saludable (CIBERFES) y del Centro de Investigación Biomédica en Red de Enfermedades Cardiovasculares (CIBERCV).