Continuamos con nuestro recorrido por la historia de las vacunas y su importancia en la lucha contra las enfermedades

Tras el artículo las vacunas salvan vidas: viruela y rabia, continuamos nuestra serie “las vacunas salvan vidas” con nuestro segundo viaje en el tiempo, esta vez centrado en las vacunas frente al cólera y a la difteria. ¿Nos acompañas?

 

Frente al cólera, una vacuna ‘made in Spain’

A finales del siglo XIX tuvieron lugar varias olas de epidemia de cólera en España, con la ciudad de Valencia como uno de los principales focos. Debido a las bajas temperaturas, la infección quedó focalizada en Alicante y Valencia tras aparecer en marzo de 1885 en Játiva (Valencia); sin embargo, esta se extendió a lo largo de ese mismo año al resto de España.

Cuando el cólera afectó a Valencia con tanta severidad -en tan solo unas semanas se había diagnosticado a 8.000 personas-, se precisó de un profesional sanitario que pudiera remediar esta situación. Para ello, se contactó con Jaime Ferrán i Clúa, un médico español que había sido contratado por el Ayuntamiento de Barcelona para desarrollar una vacuna y asegurar la salud de sus ciudadanos en caso de que llegara la epidemia a la ciudad. Dicho y hecho, el doctor Ferrán desarrolló una vacuna con el microorganismo vivo atenuado para hacer frente a la enfermedad del cólera. Si bien originalmente él trabajaba en vacunas siguiendo los pasos de Pasteur, se basó en el descubrimiento realizado por Robert Koch en el que en 1884 anunció que había descubierto el agente causal del cólera la bacteria Vibrio cholerae. De hecho, para poder cultivar las bacterias, estas las obtuvo de las heces de los enfermos de cólera en Marsella, las cuales más tarde crecieron en un medio de cultivo a temperatura ambiente. Curiosamente, para poder transportar dichas muestras y traspasar las aduanas sin problemas tuvo que ocultarlas dentro de sus calcetines.

Gracias al trabajo del doctor Ferrán, alrededor de 50.000 personas fueron vacunadas durante la epidemia de cólera en Valencia; eso sí, debido a la presión que sufrió el investigador, este tuvo que demostrar su eficacia inoculándosela a su familia. A pesar de este hecho, cierta parte de la sociedad -entre los que se encontraba a la comunidad científica y política- era reacia, por lo que se aprobó una Real Orden en la que se indicaba que solamente él podía vacunar supervisado por un delegado del gobierno. Debido a esta desconfianza, Ferrán no continuó vacunando a la población contra una enfermedad que acumuló una cifra de fallecidos en España de aproximadamente a 150.000 personas.

En 1909, unas décadas después, Ferrán obtuvo un reconocimiento tardío por su invento cuando, ese mismo año, la vacunación frente al cólera fue aprobada en España. Pero este solo sería un primer paso, ya que Ferrán i Clúa, a lo largo de su carrera, desarrolló también las vacunas frente a la plaga, tétanos, tifus, tuberculosis y rabia.

 

 

La toxina diftérica, el suero y la vacuna

La difteria, ya descrita por Hipócrates 500 años a.C. y cuyo significado es “membrana”, refleja el curso de la enfermedad debido a que aparecen unas pseudomembranas obstructivas en nasofaringe, orofaringe, amígdalas, laringe y tráquea que, incluso a veces, puede afectar a la conjuntiva, mucosa genital, piel y órganos como el corazón, sistema nervioso o riñones. En España la difteria era conocida bajo el nombre de “garrotillo”, ya que la asfixia que provocaba recordaba a los ajusticiados mediante garrote vil; fue una de las enfermedades más temidas en la que los niños morían rápidamente por una asfixia final y cuya mortalidad era del 50%.

En París, en 1888, Roux y Yersin demostraron que la difteria producía un “veneno muy activo”; esto se debe a que, en un cultivo libre de gérmenes que contenía la bacteria, cuando se inoculaba en animales sanos, estos morían. De esta forma descubrieron la toxina diftérica. Más tarde, el médico Emil Von Behring, que ejerció la medicina en el ejército donde trató a muchos soldados del tétanos, fue destinado a zonas donde la población estaba afectada por epidemias de difteria. Conocedor de los hallazgos de Roux y Yersin, Behring investigó cómo neutralizar la toxina y producir una reacción inmunitaria en el cuerpo. Junto con Fraekel y Kitasato, inyectó a cobayas la toxina diftérica, así como suero de animales que habían sobrevivido a la enfermedad, gracias a lo cual demostró que la inmunidad reside en los líquidos y desarrolló una teoría al respecto.

En 1891 se trató por primera vez con el suero de Behring, el cual se inyectó a una niña de Berlín que sobrevivió. A partir de este hecho, se comenzó a fabricar el suero antidiftérico curando aproximadamente a 20.000 niños entre 1892 y 1894. Posteriormente, en 1898, Wernicke y Behring descubrieron que la inmunidad podía producirse tras la inyección en animales de la toxina neutralizada con la antitoxina. Unos años más tarde, en 1907, Theobald Smith sugirió que la mezcla de toxina-antitoxina podía servir para inmunizar frente a la difteria, por lo que se siguió esa línea de trabajo. Finalmente, en 1913, Behring, quien modificó y refinó esta mezcla originalmente producida por él -toxina-antitoxina-, dio como resultado métodos más modernos de inmunización.

Cuando se administra, a menudo la vacuna de la difteria se combina con el toxoide del tétanos, la tos ferina, H. influenzae tipo b, polio y hepatitis B. En torno al año 1841, España contaba con una incidencia de 1.000 casos/100.000 habitantes; tras introducir su inmunización en 1945, la tasa de incidencias cayó bruscamente. En 1974, la OMS incluyó esta vacuna en el Programa Ampliado de Inmunización para los países en desarrollo, incrementando así la vacunación a nivel mundial.

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