FUENTE: La Razón
La inmunización representa el final de una larga etapa. Sin embargo, para los vacunados no comienza otra, sino que entran en un «limbo» en el que la deseada inmunidad no les abre la puerta a una normalidad diferente. «Después del segundo pinchazo no pasa nada. Te dan tu certificado de vacunación y ya está. Nadie te informa de nada. Resulta muy desconcertante, porque llevamos mucho tiempo viviendo en una situación de incertidumbre y miedo y, aunque sabes que la pandemia no ha acabado, sí piensas que, cuando te vacunas, para ti si debería haber algún cambio». Así expresa Elena Masaguer, fisioterapeuta de 28 años, una sensación que muchas personas experimentan después de haber recibido la pauta completa.
Podríamos llamarlo inercia, prudencia o excesivo celo, pero la realidad es que la pandemia nos ha acostumbrado a vivir esperando indicaciones (de las autoridades, de los científicos, de los organismos supranacionales) y a dejar de confiar en nuestro criterio a la hora de decidir qué es o no seguro. Un cambio de mentalidad que, aunque ha sido de gran utilidad para poder afrontar individualmente una amenaza colectiva, nos ha dejado desprovistos de la confianza necesaria para tomar decisiones sin la aprobación de los demás.
La post-vacunación
«A los recién vacunados se les ha encomendado la tarea de reclasificar todo un conjunto de comportamientos que, hasta ese momento, eran peligrosos, rompiendo hábitos que se establecieron y solidificaron durante un momento de crisis, y que se han mantenido durante meses y meses», explica Kenneth Carter, psicólogo de la Universidad de Emory al magazine estadounidense «The Atlantic» en un artículo reciente. «Nuestros comportamientos pandémicos se han arraigado profundamente, pasando ser rutina a ser dogma», añade a este medio.
La pregunta que subyace es que, si la vacunación es el final de una etapa, ¿dónde, cuándo y en qué condiciones empieza la siguiente? Porque la experiencia en la pandemia nos dice que, si no se marca claramente el camino a seguir, hay consecuencias.
Pero en España, al menos de momento, no hay un «después» claramente definido. Los motivos son diversos. «Existe una sensación de miedo por parte de las autoridades autonómicas y centrales», señala Joan Carles March, profesor de la Escuela Andaluza de Salud Pública. «Realmente no se sabe qué cosas pueden ser seguras y cuáles no, porque aún quedan incógnitas importantes que resolver sobre el comportamiento del virus. Eso es lo que, a mi juicio, hace que la alternativa que se elija sea la más conservadora. Desconozco si ha habido algún planteamiento de emitir recomendaciones distintas para las personas completamente inmunizadas, pero, si ha sido así, se ha decidido no llevarlo adelante». Desde que el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, anunciara triunfal, el día después del fin del estado de alarma, que estábamos «a 100 días de la inmunidad de grupo», vino la declaración del director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias, Fernando Simón, de que era cuestión de «días» que pudieramos empezar a hablar de quitarnos la mascarilla al aire libre. Durante esta semana hemos alcanzado varios hitos respecto al control de la pandemia: las cifras más bajas de contagiados y de fallecidos desde agosto del año pasado, y records en vacunación. Sin embargo, las autoridades siguen sin establecer directrices que supongan un respiro para cerca del 35% de la población española que ya ha sido inmunizada al menos con una dosis. ¿Por qué sucede esto? «En España no existe –ni se le espera– un órgano independiente integrado por expertos en Salud Pública que puedan ofrecer una visión y unas recomendaciones no politizadas», señala March a modo de explicación. «Estas indicaciones deberían derivar de un protocolo que creara el grupo de vacunación del Consejo Interterritorial, y que pudieran aplicarse uniformemente. Solo así se podrían favorecer determinadas aperturas para la gente vacunada en un contexto de seguridad y sin agravios comparativos», añade.
El tímido «después» de EE UU
Así como el ejemplo de Israel puede resultar aún inalcanzable como modelo del mundo post- pandemia, Estados Unidos, con un tercio de su población completamente inmunizada, puede considerarse un referente más accesible. Los Center for Disease Control and Prevention (CDC) de este país son los que han hecho recomendaciones más específicas, y esperanzadoras, para las personas completamente vacunadas. Un «oasis» al que se llega dos semanas después de haber recibido la segunda dosis (o la primera en el caso de vacunas de una sola dosis).
Así, desde hace escasos días, las nuevas pautas federales establecen que los vacunados con la pauta completa ya no necesitan llevar mascarilla, ni al aire libre ni en espacios interiores, ni tienen que guardar la distancia social en la mayoría de casos, incluso cuando están en recintos cerrados o en grupos numerosos. La medida se ha adoptado cuando 154 millones de personas han recibido ya al menos una dosis, aunque sólo un tercio de la nación, unos 118 millones, están completamente inmunizados.
«Este es un gran día para el país», remarcó el presidente Joe Biden, cuando anunció el inicio de esta «nueva era» para el país. «El CDC nos dice que los vacunados afrontan un riesgo muy bajo, así que os podéis quitar la mascarilla y dar la mano. Pero si no tenéis las dos dosis o no han transcurrido dos semanas desde la segunda inyección, debéis continuar con la máscara. Lo más seguro para el país es que estemos todos vacunados. La elección es vuestra, vacuna o mascarilla». Un discurso más que convincente para convencer a los dubitativos o reacios a la inmunización. Otra palabra «maldita» que pueden empezar a desterrar es aislamiento, ya que no tienen que cumplirlo ni en el caso de contacto con enfermos de covid (salvo que desarrollen síntomas o residan en un centro colectivo). Solo están obligados a llevar mascarilla y guardar distancia en visitas al médico, a hospitales o a geriátricos, entre otros.
Los nuevos «privilegios» responden a una demanda social y a informes de expertos en salud pública que denunciaron al CDC por ser «demasiados cautelosos» con sus reglas y su falta de revisión. Y es que el simple hecho de reajustar algunas medidas de prevención a las evidencias científicas actuales puede hacer mucho para reducir la fatiga pandémica que afixia a la población. Así lo manifestó la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU), pidiendo al Gobierno que se replanteara la obligatoriedad del uso de la mascarilla en los espacios exteriores, salvo en aquellas circunstancias en las que se produzca un contacto estrecho con otras personas y no pueda garantizarse la pertinente distancia de seguridad.
El argumento de base es que la evidencia científica de la que se dispone hoy en día no es la misma que cuando se estableció la obligación, ya que ahora se sabe que el foco para evitar la transmisión de la Covid-19 está en el interior de espacios (privados o públicos) compartidos, y ahí es donde hay que poner el foco.