Fuente: La Razón
Sudores fríos, nerviosismo, taquicardias, ansiedad, revisión constante del teléfono móvil... La caída mundial de las principales redes sociales –Facebook, Whatsapp e Instagram– hace apenas unos días desencadenó en algunas personas una retahíla de síntomas tan llamativos como preocupantes, pues «son la voz de alarma de que existe un uso compulsivo y problemático de estas herramientas, que en muchos casos se han convertido en indispensables de nuestro día a día, pero que pueden transformarse en una adicción peligrosa para la salud si esa dependencia va más allá del uso sensato y coherente», advierte Francisco Ferre, coordinador del grupo de trabajo de Telepsiquiatría de la Sociedad Española de Psiquiatría (SEP).
Aunque no existen datos oficiales, pues resulta muy complejo de determinar y todavía es pronto para valorarlo, Ferre no duda en estimar que el empleo patológico de las nuevas tecnologías (TICs) «se ha disparado un 25% en nuestro país, e incluso no me extrañaría que andara más cerca del 30% a raíz de la pandemia». Y hacia esa misma cifra apunta Margarita Corominas, doctora en Psicología y miembro de TopDoctors, quien destaca que «hemos notado un incremento de las consultas relacionadas con adicciones en general, pero más concretamente a las TICs. Cuando exploras un poco más profundamente sale a la luz el incremento del consumo excesivo, que yo estimaría en un aumento de entre un 20% y un 30%».
Y parece que esto no es algo exclusivo de España, ya que «en otros países la prevalencia del uso problemático de internet durante la Covid-19 ha ascendido un 24%», puntualiza Pilar de Castro, especialista en Psiquiatría de la Clínica Universidad de Navarra, quien hace hincapié en que «alrededor de un 21% de los adolescentes de entre 14 y 18 años consumen nuevas tecnologías de manera compulsiva y el uso patológico en la población general se ha incrementado aproximadamente de un tres a un cuatro por ciento, según los datos más recientes del Ministerio de Sanidad».
Adolescentes vulnerables
Sin embargo, ese número confirmado antes de la pandemia parece quedarse muy corto ahora, pues todos los expertos coinciden en que las consecuencias del aislamiento de estos últimos meses no han resultado inocuas, sobre todo para los más jóvenes, los más vulnerables a la hora de traspasar la delgada línea del abuso a la dependencia tecnológica. «Hemos constatado un aumento del 300% de las consultas relacionadas con estas adicciones. La mayoría de ellos son padres que han comprobado, al estar más tiempo en casa, cómo sus hijos, mayoritariamente adolescentes, sufren una sumisión insana y peligrosa con estas herramientas», asegura Marc Masip, psicólogo experto en adicción a nuevas tecnologías y fundador del programa Desconecta especializado en jóvenes. Y así también lo avala Cristina Alonso, psicóloga clínica y socia de la Asociación Nacional de Psicólogos y Residentes (Anpir), que confirma que «durante la pandemia el uso de pantallas aumentó significativamente, por lo que los padres notan que les cuesta aún más limitar su uso y solicitan pautas de ayuda».
La situación de aislamiento forzado debido al confinamiento, la ociosidad y la reducción de posibilidad de actividades al aire libre y de tipo social se han convertido en la tormenta perfecta de quienes tienen una personalidad más vulnerable a las adicciones. «La pandemia ha aumentado la angustia psicológica (miedo y ansiedad) en la población y esto repercute en la aparición y agravamiento de adicciones a sustancias y también comportamentales, como los juegos y las tecnologías», explica Alonso. Por ello, cuando internet o el teléfono móvil son una herramienta sencilla, accesible 24 horas y entretenida, «ha pasado a ser para muchos su peor enemigo: una droga, al convertirse en el único factor de recompensa para el cerebro», asegura De Castro, quien recuerda que «todos hemos hecho un mayor uso de las nuevas tecnologías durante la pandemia y no por ello hemos desarrollado una dependencia. Sin embargo, hay factores que sirven de caldo de cultivo: una comunicación emocional y afectiva pobre tanto en la familia como en las relaciones sociales; dificultad en el autocontrol; incapacidad para renunciar a pequeños placeres; necesidad de recompensas inmediatas; baja autoestima o estados de humor depresivos, entre otros».
Y es que, tal y como advierte el portavoz de la SEP, tras el desencadenante de este tipo de adicciones suele esconderse otro problema de fondo: «En general estas conductas son la expresión de otro trastorno que lo agrava. Nosotros hablamos de patología dual, porque aparece el uso problemático de las nuevas tecnologías y una enfermedad de base que suele ser ansiedad, depresión, trastorno por déficit de atención o trastorno psico-compulsivo. Cuando los pacientes con estas patologías se descompensan suelen desembocar en adicciones al juego, a las compras online, a las redes sociales... pues se trata de estimulantes que se necesitan de forma constante».
Ahora bien, el límite entre el uso exagerado de las nuevas tecnologías y la dependencia patológica aparece «cuando no soy capaz de dejar de usarlo y eso me genera malestar físico o emocional; cuando me irrito o evito a las personas que me hacen ver que lo empleo demasiado; cuando dejo de asumir responsabilidades, me aíslo social y familiarmente y descuido otras áreas de mi vida… Todo ello son síntomas de una posible adicción», aclara De Castro. Las consecuencias de esa atadura física y emocional se dejan sentir en la salud, ya que hay «estudios que encuentran que tienen un impacto directo sobre la ansiedad y la depresión, así como que disminuye la autoestima. Además, produce trastornos del sueño, dolores de cabeza y de espalda», explica Alonso. «Sin olvidar que, cuanto más temprano es el acceso a las pantallas, al igual que al alcohol y drogas, mayor es el daño cerebral que se produce por carencia de redes neuronales», insiste De Castro.
Terapia
Ante la sospecha de una dependencia de las nuevas tecnologías, como los videojuegos, «que son la primera causa de tratamiento psicológico en menores», asegura Marc Masip, resulta clave ponerse en manos de especialistas. En general, «es adecuado realizar una entrevista motivacional y psicoeducativa tanto al paciente como a la familia. Además, emplear técnicas de control de impulsos y habilidades de afrontamiento, trabajando la autoestima, la inteligencia emocional, habilidades para la gestión y manejo de las emociones, así como la comunicación y asertividad. La intervención familiar resulta imprescindible durante todo el tratamiento», aconseja Cristina Alonso.