Fuente: 20 Minutos
Ser padre o madre puede ser muy complicado. Podríamos pensar que si literalmente miles de generaciones lo han ido haciendo a lo largo de los eones, no debería ser tan difícil; la realidad es que los niños son maestros en ponernos en situaciones que no habíamos previsto y ante las que probablemente no sabemos cómo actuar.
Por ejemplo, una que se encuentran muchos progenitores es que, llegado un determinado momento, el pequeño parece desafiar su propia supervivencia rechazando comer.
¿Por qué el niño no quiere comer?
Lo más probable no es que en realidad el niño no coma, sino que nuestro preocupado criterio de padres o madres nos esté jugando una mala pasada, al interpretar erróneamente un proceso que es normal en el desarrollo de los pequeños.
Y es que, en proporción, las personas no comemos lo mismo durante toda nuestra vida. En gran medida, nuestras necesidades nutricionales, especialmente durante toda la etapa de desarrollo, están ligadas a la velocidad del crecimiento en un momento dado.
Así, el momento de nuestra vida en el que más rápido crecemos es el primer año o incluso los primeros dos años (puede variar en función del individuo). En esta etapa, necesitamos comer en proporción más que en ninguna otra.
Pasada esta fase, se entra en una de crecimiento mucho más lento y con unas necesidades de alimento mucho menores. Esta disminución puede dar a los padres, acostumbrados a alimentar a su retoño en unas cantidades más o menos constantes, la sensación de que el niño ha dejado de comer. Y, de hecho, momentos similares (u opuestos, puede parecernos que de pronto el niño empieza a comer mucho) pueden vivirse a lo largo del desarrollo de los niños hasta la adolescencia.
¿Cómo sé si hay un problema real?
Lo que debe preocuparnos, entonces, no es nuestra percepción sobre la cantidad de alimentos que el niño demanda sino más bien que su desarrollo sea correcto y que su talla y su peso estén dentro de los niveles saludables. Y la persona adecuada para evaluar esto es el pediatra, en revisiones periódicas o en visitas extraordinarias.
Si existiera algún problema real, será un profesional quien deba averiguar su naturaleza y prescribir las soluciones oportunas. Mientras tanto, conviene estimular las ganas de comer del niño (por ejemplo, sentándole a comer con los adultos, evitando poner la televisión a la hora de la comida, ofreciéndole alimentos variados en proporciones equilibradas...) pero sin forzarle a comer más cantidad de la que desea, ya que los conflictos a la hora de comer le pueden llevar a asociar la comida con algo negativo, lo que puede empeorar su modo de comer, y estaríamos alimentándolo por encima de sus necesidades, lo que puede llevarlo a adquirir sobrepeso.