Por María Gil
La implicación del tabaco en un gran número de enfermedades es de sobra conocida. En el Día Mundial del Tabaco, queremos hacer una mención especial a la relación entre el tabaquismo y la demencia.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), “el tabaquismo es un factor de riesgo de demencia y dejar de fumar podría reducir la carga que representa”. De hecho, el 14% de los casos de Enfermedad de Alzheimer (EA) de todo el mundo podrían atribuirse al tabaco.
También hay datos que prueban que existe una relación dosis-respuesta entre el consumo de tabaco y el desarrollo de demencia, de modo que cuanto más se fuma, mayor es el riesgo de sufrir la enfermedad. Los resultados relacionados con los antecedentes de tabaquismo son más variables, lo que posiblemente indique que dejar de fumar en fases más avanzadas de la vida resulta beneficioso y podría reducir el riesgo de EA u otras formas de demencia, comparado con no dejar de fumar.
Aunque algunos estudios plantearon que el tabaco protege contra la demencia, la OMS defiende que hay pruebas de la influencia de la industria tabaquera en ellos. Investigaciones posteriores destacan, además, que estudios de casos y controles y estudios transversales pueden dar lugar a distintos tipos de sesgo, como por ejemplo el sesgo de selección y el sesgo de supervivencia. Además, publicaciones recientes han puesto de manifiesto que los fumadores que padecen demencia suelen morir antes que los no fumadores que sufren demencia.
Son diversos los mecanismos propuestos para explicar por qué fumar podría provocar demencia. El más conocido es a través de factores de riesgo vascular, que en última instancia pueden provocar enfermedades cerebrovasculares, ictus o cardiopatías coronarias. Fumar aumenta la homocisteína plasmática total, un factor de riesgo independiente de ictus, deterioro cognitivo, enfermedad de Alzheimer y otras demencias. También provoca un estrechamiento de los vasos sanguíneos del corazón y el cerebro y acelera el proceso arterosclerosis, lo que puede impedir que las células del cerebro realicen un intercambio adecuado de oxígeno, nutrientes y subproductos. Además, fumar puede provocar estrés oxidativo, el cual conduce a la muerte neuronal. El estrés oxidativo también se asocia con una respuesta inflamatoria que puede estar directa o indirectamente relacionada con la neuropatología de la EA. Por último, el alelo ε4 de la apolipoproteína E (APOE) es un factor de riesgo genético de demencia y fumar puede aumentar el riesgo de los portadores de este gen.
Debido a que en la actualidad no existe ningún tratamiento que cure la demencia o frene su avance progresivo, resulta fundamental determinar los factores de riesgo modificables que permitan reducir la aparición de la enfermedad, retrasar su manifestación o aminorar su carga. En este sentido, hay un creciente consenso respecto a que determinadas medidas preventivas de control de factores de riesgo modificables, como la cesación tabáquica, podrían traducirse a largo plazo en un envejecimiento activo y saludable.
Cabe destacar que la exposición al humo ajeno también puede aumentar el riesgo de demencia como consecuencia del aumento del riesgo de enfermedad cardiovascular y accidentes cerebrovasculares. Por ello, limitar el consumo de tabaco es importante no sólo en personas fumadoras, sino para las que se encuentran en su entorno, los denominados fumadores pasivos.
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