Fuente: La Razón
Al final de esta década la población española y europea tendrá un 25% de personas mayores de 65 años. El riesgo de aislamiento social aumenta con la edad debido a factores vitales, como la viudedad y la jubilación.
En los últimos diez años las personas en situación de soledad no deseada en nuestro país han pasado de ser el 9 a casi el 12%, lo que supone mayor consumo de fármacos o más bajas laborales. No obstante, esta problemática se observa también en jóvenes de 18 a 25 años, adultos mayores, mujeres y personas con bajos ingresos, sobre todo a raíz de la covid-19.
Según ha revelado la Asociación Americana del Corazón en la revista «Journal of the American Heart Association», el aislamiento social y la soledad se asocian a un incremento del 30% del riesgo de sufrir un infarto de miocardio o un ictus, o de morir por esta causa.
«Más de cuatro décadas de investigación han demostrado claramente que tanto el aislamiento social como la soledad están asociados a resultados adversos para la salud. Dada la prevalencia de la desconexión social, el impacto en la salud pública es bastante significativo», señala Crystal Wiley Cené, presidenta del grupo de redacción de la declaración científica, y profesora de Medicina Clínica en la Universidad de California San Diego Health.
Según sus hallazgos, la falta de conexión social se asocia con mayor riesgo de muerte prematura por todas las causas, especialmente entre hombres. Además, se relaciona con marcadores inflamatorios elevados, y los individuos solitarios son más propensos a experimentar síntomas fisiológicos de estrés crónico.
También han descubierto que el aislamiento social en la infancia se asocia a un aumento de los factores de riesgo cardiovascular en la edad adulta, como obesidad, hipertensión arterial y aumento de los niveles de glucosa en sangre. Factores socioambientales como el transporte, las condiciones de vida, la insatisfacción con las relaciones familiares, la pandemia y las catástrofes naturales también afectan a las conexiones sociales.
Países como Canadá o Reino Unido ya han empezado a actuar frente a la soledad, planificando campañas y otras políticas específicas para combatirla, e incluso han medido el coste económico de no atenderla: en torno a 10.000 euros por persona y año, en el caso británico.
En España, la ex ministra socialista de Asuntos Sociales Matilde Fernández preside desde abril el Observatorio Contra la Soledad no Deseada, impulsado por la Fundación ONCE. Para Fernández si no nos tomamos esta problemática no deseada «sin duda» puede convertirse en una enfermedad grave para la sociedad. «De tristeza se pasaría a depresión, de soledad a aislamiento y los aislamientos y las soledades muy profundas de las personas acaban a veces con muertes de personas que viven solas; en una sociedad civilizada no podemos permitir enterarnos tarde y mal de la muerte de unos vecinos», se lamenta.
«En lugar de una pastilla para la tristeza, hay que facilitar la asistencia al teatro, al cine o a un concierto; llevar la cultura a los barrios es una forma muy eficaz de convertir un plan estratégico en algo muy útil», propone la experta en asuntos sociales.
Frente a los centros exclusivamente de mayores o de jóvenes o de mujeres construidos en las últimas décadas, Matilde Fernández apuesta por «equipamientos abiertos y útiles para todos». Porque la soledad no deseada tiene rostro de mujer y de persona mayor, pero cada vez afecta más a jóvenes y no distingue entre estratos sociales o segmentos socioculturales.