No siempre lo tuvimos tan claro, pero en el presente, sabemos bien que el cerebro es el órgano con el que pensamos, memorizamos y sentimos. Sabemos que, de su relación con nuestro cuerpo y con el entorno, emerge lo que históricamente hemos llamado mente. En definitiva, entendemos su importancia y, precisamente por eso, usamos insultos como “descerebrado” o decimos cosas como “no tiene nada en la sesera” o, “se le ha secado el cerebro”. Sin embargo, por importante e interesante que sea el cerebro, no podemos dejar que nos confunda, porque es posible vivir sin él. No todos los animales necesitan un cerebro y, ya puestos, tal vez tú tampoco.
Antes que nada, conviene aclarar qué es un cerebro, porque si descuidamos las definiciones nos encontraremos con comentarios desafortunados, como ese tan recurrente que identifica nuestro intestino como un segundo cerebro solo por tener una gran cantidad de neuronas y liberar sustancias capaces de activarlas. Para que nos entendamos: un cerebro es un grupo de células nerviosas (neuronas) muy interconectadas entre sí, de tal modo que puedan procesar información y no solo transmitirla de un lado para otro. Sería la diferencia entre tener muchos cables en paralelo, o un circuito como el de la placa base de un ordenador. Y ahora sí, hablemos de seres descerebrados.
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