Mitos. Descalzos por la playa, en casa... En verano liberamos a nuestros puntos de apoyo de las ataduras de los zapatos. Y eso relaja. "Dejemos al pie ser pie: desparramado y sano", dice el fisioterapeuta Jesús Serrano

Llegar a casa y quitarse los zapatos. Andar por la orilla de la playa. En el imaginario general el simple hecho de descalzarse es uno de los pequeños placeres de la vida vinculado al relax. Como todo, aquí hay defensores y detractores de la costumbre de andar descalzo por casa.

¿Cuántas veces una madre y abuela es capaz de repetir con ese tono amenazante «¡quieres hacer el favor de calzarte!»? Los detractores deben saber que andar por la vida (por casa) como Mowgli por la selva sí tiene justificación. Ni uno coge frío ni los resfriados están provocados por esta costumbre. Son los virus que nos rodean los culpables y no unos pies «sin zapatillas».

Distintos estudios científicos han tratado de validar esta hipótesis popular, sin resultados que la respalden. Madres y abuelas se han quedado sin fundamento. «Lo cierto es que hay mucho tabú con el pie descalzo. Hay un componente cultural que lo asocia a algo sucio». El fisioterapeuta Jesús Serrano defiende el hábito innato de andar descalzos. «Todo ser humano nace descalzo. Todas las poblaciones y civilizaciones han funcionado descalzas». Desde hace años, este licenciado en INEF se fijó en cómo la salud de sus articulaciones, una cadera maltrecha y una rodilla que lo alejaron de su afición al fútbol, mejoró de forma drástica gracias a «dejar al pie ser pie».

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