Se trata de un trastorno mental en el que las personas que lo sufren una percepción distorsionada de su cuerpo, viéndose siempre "pequeñas" o insuficientemente musculadas

Estar en forma es uno de los propósitos más habituales que las personas se plantean con la llegada de un nuevo año. Este objetivo, en principio enfocado en mejorar la salud y el bienestar, refleja un deseo creciente de alcanzar estándares de belleza asociados al cuerpo delgado o musculado. Sin embargo, la búsqueda de esta "forma ideal" está influida por presiones sociales y culturales que, en muchos casos, pueden derivar en conductas poco saludables. Anteriormente la corpulencia se relacionaba con salud y prosperidad, mientras que la delgadez era vista como un signo de debilidad, hambre o enfermedad. En la actualidad, estas ideas han dado paso a presiones estéticas que pueden afectar gravemente la salud física y mental, como por ejemplo produciendo trastornos de la conducta alimentaria.

Aunque la preocupación por la apariencia física se ha asociado tradicionalmente a las mujeres, en los últimos años los hombres han desarrollado una creciente obsesión con la musculatura y el cuerpo atlético. Este cambio ha dado lugar a un trastorno conocido como vigorexia o dismorfia muscular, que afecta principalmente a hombres jóvenes. Sin embargo, también se han identificado casos en mujeres, especialmente en aquellas que practican actividades donde la musculatura es valorada. Las personas con vigorexia tienen una percepción distorsionada de su cuerpo, viéndose siempre "pequeñas" o insuficientemente musculadas, lo que les lleva a adoptar conductas obsesivas como entrenamientos extremos, dietas estrictas y un consumo elevado de suplementos. Esta nueva realidad, inicialmente motivada por el deseo de "estar en forma", puede convertirse en un impedimento para la salud física y mental.

Es importante destacar que el deseo de ponerse en forma no debería limitarse a un periodo corto del año, como los meses previos al verano. Adoptar cambios drásticos y apresurados, como dietas restrictivas o entrenamientos intensivos, puede generar un impacto negativo en la salud física y mental. Por el contrario, los hábitos saludables deberían ser una práctica sostenida a lo largo de todo el año, priorizando el equilibrio entre actividad física, alimentación adecuada y bienestar general.

En el caso de la vigorexia, el objetivo de alcanzar un cuerpo perfecto suele ir acompañado de patrones alimentarios desordenados. Las personas afectadas suelen seguir dietas hiperproteicas, con una ingesta reducida de carbohidratos y grasas esenciales, lo que genera desequilibrios nutricionales importantes. Este tipo de alimentación no solo priva al organismo de nutrientes clave, sino que también puede tener efectos perjudiciales a nivel metabólico.

Una dieta excesivamente rica en proteínas tiene consecuencias especialmente graves en el funcionamiento del hígado y los riñones. En el hígado, el metabolismo de los aminoácidos produce como subproducto el amoníaco, una sustancia tóxica, que debe ser convertida en urea para ser eliminada por el organismo. Una ingesta desmesurada de proteínas sobrecarga este proceso, incrementando el riesgo de toxicidad hepática, especialmente en personas con función hepática comprometida. Además, el exceso de proteínas puede inducir estrés oxidativo, favoreciendo el daño celular y contribuyendo a la aparición de enfermedades como el hígado graso no alcohólico.

En los riñones, el consumo elevado de proteínas aumenta la producción de urea y otros productos nitrogenados, lo que supone una sobrecarga funcional. Este esfuerzo adicional puede acelerar el deterioro renal, especialmente en personas predispuestas o con patologías previas. También se ha observado que las dietas hiperproteicas incrementan la excreción de calcio por la orina, aumentando el riesgo de formación de cálculos renales. Estos efectos adversos refuerzan la necesidad de evitar cambios dietéticos extremos y poco supervisados.

A pesar de la tendencia a adoptar medidas extremas para alcanzar resultados rápidos, es fundamental entender que la salud no debería estar ligada a plazos estacionales o modas pasajeras. Incorporar pequeños cambios sostenibles en la rutina diaria, como una dieta equilibrada y ejercicio moderado, es mucho más beneficioso que recurrir a prácticas que comprometen la salud. Es importante desmitificar la idea de que un cuerpo perfecto equivale a bienestar y entender que la verdadera salud reside en un equilibrio físico y mental mantenido a lo largo del tiempo. Los patrones alimentarios extremos asociados como es el caso de la vigorexia, muestran los riesgos de perseguir ideales de belleza a costa de la salud. Más allá de los propósitos de año nuevo, el objetivo principal debe ser el autocuidado continuo, que promueva un estilo de vida saludable sin caer en obsesiones o conductas que comprometan la calidad de vida.

Farmacias abiertas y de urgencia más cercanas