La siesta puede alterar ciertas hormonas relacionadas con el apetito. En la búsqueda de energía rápida, el cerebro busca su recompensa con azúcares simples

Un donut. Grande, hermoso, redondo y de chocolate. Es el antojo recurrente que aparece tras la señora siesta. Pero, ¿de dónde vienen esas ganas de dulce? Según detalla a CuídatePlus Vicente Clemente, profesor de nutrición de la Universidad Europea, “después de una siesta, especialmente si es corta (de 20 a 30 minutos), puede haber un ligero estado de ‘inercia del sueño’, lo que afecta al estado de alerta y a la regulación del apetito”. Durante este periodo, el experto señala que el cuerpo podría buscar una fuente rápida de energía para reactivarse y es entonces cuando “el cerebro asocia los azúcares simples con recompensa y energía rápida”.

Además, añade Clemente, “una siesta puede alterar temporalmente los niveles de grelina (hormona del hambre) y leptina (hormona de la saciedad), favoreciendo los antojos, especialmente por carbohidratos simples, como los dulces”.

El experto añade que otro aspecto a tener en cuenta es lo que la persona come antes de dormir. En este sentido, “si antes de la siesta se ha consumido una comida rica en carbohidratos simples (como pan blanco, pasta refinada o dulces), puede haber un pico de glucosa seguido de una caída, lo que lleva a antojos al despertar”.

En caso de haber comido poco o, incluso, de saltarse la comida, puede producirse una hipoglucemia (es decir, que el nivel de glucosa sanguínea esté por debajo de lo normal) relativa al despertar, “lo cual promueve la búsqueda de azúcar como fuente rápida de energía”. Por otro lado, el nutricionista señala que comer proteínas y grasas antes de dormir tiende a estabilizar la glucosa y a reducir los antojos posteriores.

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