FUENTE: VANGUARDIA
Cuando a unos padres le comunican que su hijo es autista o su variante más aceptable, Asperger, se les cae el mundo encima. Autismo es para la mayoría un territorio insondable que supone incomunicación y una difícil inserción en la vida. Su hijo será una persona diferente, que no podrá ir a la escuela como los demás, sino con una adaptación, que requerirá grandes esfuerzos, eso en el mejor de los casos; que seguramente no podrá ir a la universidad ni formarse en un instituto o una escuela común y pensar su futuro. Y que difícilmente encajará en una empresa donde ganarse la vida.
¿Y si no fuera necesariamente así? ¿Y si todo lo que les hace diferentes a los autistas y a los asperger y a otras muchas etiquetas se pudiera transformar en una manera distinta de conocer y vivir? “La neurodiversidad no es sólo una idea o una teoría. Es un hecho, de la misma manera que la biodiversidad es un hecho en las comunidades de seres vivos como las selvas tropicales o el océano”, explica a La Vanguardia por correo electrónico Steve Silberman, el autor de Una tribu propia (Ariel), un libro que recorre la evolución del conocimiento –y lo poco que se conoce– sobre el autismo para terminar con la posibilidad que no sea un defecto, sino otra manera de entender el mundo. “No hay un tipo normal de cerebro humano, como no hay un tipo normal del árbol”.
La neurodiversidad va calando y se pone de manifiesto, por ejemplo, en un modo diferente de atender a los niños autistas: se trata de favorecer su desarrollo a través de sus puntos fuertes, “de las fortalezas naturales de un niño y sus intereses espontáneos, en lugar de tratar de ‘arreglar’ sus capacidades como si estuvieran rotas. Durante mucho tiempo, incluso las capacidades especiales de algunos niños autistas se consideraron sólo aspectos de la propia patología. La enseñanza basada en alentar las fortalezas del niño y sus intereses especiales resulta un modo mucho más eficaz de educar a los niños autistas que tratar de castigarlos o únicamente corregir sus déficits”.
Silberman explica en su libro lo mucho que se ha estudiado y escrito sobre estos trastornos en poco más de un siglo y lo poco que se sabe. “La sociedad tiene un largo camino por recorrer en el tratamiento de personas autistas como seres humanos completos, en lugar de como errores de la naturaleza que deben ser corregidos. Pero creo que las actitudes están cambiando rápidamente, y en muchos lugares diferentes a la vez”.
Silberman fue el inventor del síndrome del friki. En las empresas de Silicon Valley había cada vez más tipos raros diagnosticados de Asperger trabajando en la detección de errores informáticos. Escribió sobre ellos y descubrió con ellos que se lo pasaban bien juntos, que esa gente tan rara tenía intereses muy particulares y grandes dotes para algunas de las tareas más cotizadas actualmente. En el libro cita experiencias de empresas desarrolladas en Europa, como Specialisterne, que también están en España, donde forman y contratan a personas con Asperger para trabajos de detección de errores informáticos, por ejemplo. Estas iniciativas están transformando una discapacidad oficial –son personas que no se adaptan fácilmente a las reglas de un empleo clásico– en una cualidad profesional valiosa e integradora. “Pero no todas las personas autistas son adecuadas o están interesadas en la tecnología. Las mismas cualidades de la mente que pueden ser útiles en el trabajo de tecnología podría ser útil en otros campos”. Por eso también van extendiéndose formas de aprendizaje que ponen a disposición de los alumnos diversas vías para conocer, informarse y demostrarlo. Con un gran respeto a la neurodiversidad.
La evolución del autismo como enfermedad y discapacidad hacia el autismo como parte de esa la neurodiversidad “está siendo una realidad en todo el mundo, no sólo en Estados Unidos o Europa. También yo tengo muchos más amigos autistas ahora, y paso mucho más tiempo con personas autistas con todos los niveles de habilidad, incluyendo personas que no hablan. El autismo no es sólo algo interesante. Es gente que me gusta”
En el libro, Silberman repasa cómo ha evolucionado lo que sabe y lo que se especula sobre el autismo. Recuerda la polémica en torno a las vacunas tras un estudio que resultó un fraude (el caso Wakefield) y que relacionaba el crecimiento de este trastorno con la del sarampión. Y en su estela creció también la convicción de que se trata de una “aberración contemporánea”, una “trágica convergencia de predisposición genética y factores de riesgo ocultos en algún lugar del tóxico mundo moderno, como la contaminación del aire, una sobredosis de videojuegos y los alimentos procesados”. A principio del 2000 se invirtió mucho dinero en buscar las causas genéticas del autismo: concluyeron que eran más de mil los genes relacionados y centenares de mutaciones. “Pero la principal causa de muerte entre los autistas con discapacidad intelectual son las convulsiones y, en cambio, no se ha estudiado cómo funcionan en ellos los fármacos para controlarlas. Esto es terrible”.