Tras el primer artículo de blog sobre vacunas frente a la viruela y rabia y el último publicado de cólera y difteria, hoy nos adentramos en la historia y descubrimiento de las vacunas frente al tétanos y el sarampión.
Tétanos
A lo largo de la historia se han recogido algunos registros que contenían descripciones clínicas del tétanos. Pero, hasta 1884, no se había descubierto la etiología de la bacteria Clostridium tetani, y ese año, Carle y Rattone produjeron tétanos en animales al inyectárselo de casos en humanos. Ese mismo año, Nicolaier también produjo tétanos en animales que provenía de muestras del suelo.
En 1889 Shibasaburo Kitasato, médico y bacteriólogo japonés, estudió la etiología y consiguió cultivar Clostridium tetani. Además, junto con Emil Von Behring, demostró que podía producir la enfermedad al inocularlo en animales y neutralizarla con anticuerpos específicos. En 1897, Edmond Nocard, demostró que la antitoxina inducía inmunidad y que podía usarse como tratamiento y profilaxis. En 1899, Knud Faber descubrió la toxina del tétanos y fue durante la I Guerra Mundial cuando Emil Von Behring concentró todos sus esfuerzos en desarrollar la vacuna contra el tétanos para administrar una pequeña dosis del suero en soldados, demostrándose su eficacia.
Más tarde, Gaston Ramon desarrolló un medio de inactivación de antitoxinas con el uso de formaldehido que condujo al desarrollo de la toxina antitetánica por Descombey en 1924, y que fue usada mundialmente durante la II Guerra Mundial.
Actualmente, se mantiene el esquema 2+1 (2, 4 y 11 meses) con vacunas hexavalentes (DTPa-VPI-Hib-HB) y antineumocócica conjugada 13-valente. Además, se aconseja un refuerzo a los 6 años, preferentemente con DTPa junto con una dosis de polio, mientras que en adolescentes y en cada embarazo -entre las 27 y 32 semanas- la inmunización con Tdpa.
Sarampión
El sarampión fue descrito por primera vez por Rhazes Mohamed, un médico persa del siglo X, que más tarde publicó un libro bajo el título “el libro de la viruela y del sarampión”. Ya en 1757, el médico escocés Francis Home demostró que el sarampión era causado por un agente infeccioso de la sangre. Más tarde, en 1921, en Estados Unidos el sarampión pasó a tratarse de una enfermedad notable, hasta el punto de que se requirió de la ayuda de proveedores de material médico y de laboratorios para hacer el recuento de casos diagnosticados. Previamente al desarrollo de la vacuna, se estima que la enfermedad causaba alrededor de 2,6 millones de muertes anuales.
En 1954, John F. Enders y el doctor Thomas C. Peebles recogieron muestras sanguíneas de un conjunto de estudiantes durante el brote de Boston, Massachusetts. De hecho, trataron de aislar el virus del sarampión de la sangre de estudiantes con la finalidad de poder fabricar la vacuna. Finalmente, aislaron el agente infeccioso con éxito de la muestra sanguínea de David Edmonston.
En 1958 se probó una vacuna en niños y se descubrió que desarrollaron anticuerpos, no obstante, parte de ellos mostraron síntomas propios del virus, por lo que se dieron cuenta que debían debilitarlo aún más y todavía no pudo aprobarse la vacuna. 5 años más tarde, John Enders, junto con otros profesionales, transformó la muestra de Edmonston en una vacuna que sí se aprobó. La investigación sobre esta vacuna continuó y en 1968 Maurice Hilleman, junto con otros investigadores, desarrolló una vacuna aún más debilitada de sarampión bautizada con el nombre de “Edmonston-Ender” (Moraten). Años más tarde a su aprobación, se combinó con otras vacunas como paperas y la rubeola y, tras la segunda dosis de la vacuna, se obtiene una protección de casi el 97%.